Si atendemos al enamoramiento de López Obrador con el tipo de cambio, parecería que el Banco de México le da gusto con la tasa de interés tan alta que atrae capitales que han fortalecido al peso frente al dólar.

Es como la Secretaría de Hacienda, que, en contra de toda lógica económica de izquierda, decide perder cientos de miles de millones de pesos en ingresos a través de un subsidio fiscal por no cobrar el impuesto especial a las gasolinas y con ello beneficia a los deciles más ricos de la población.

Hacienda claramente recibe órdenes del Presidente para hacer eso y el secretario obedece, aunque vaya en contra de lo que pudo haber aprendido como estudiante y como practicante del sector financiero.

Pero, en el caso del Banco de México, en atención a su condición constitucional de organismo autónomo, es simplemente una consecuencia colateral de mantener tan altas las tasas de interés en su lucha antiinflacionaria.

Es toda una discusión el determinar si la Junta de Gobierno pudo haber conseguido el mismo efecto de mitigación de los incrementos en los precios con una política menos restrictiva que se acompañara de un discurso de las autoridades bancarias más asertivo y contundente.

Vamos, que la tasa interbancaria de referencia subiera menos porque la gobernadora del Banxico, Victoria Rodríguez, hubiera hecho escuchar su voz amenazante a los mercados, tal como lo hicieron otros tantos banqueros centrales mexicanos.

El punto es que estamos en este momento en que las presiones inflacionarias no acaban de ceder, la inflación general, lo podremos ver hoy en el reporte del Inegi, no consolida un proceso de desinflación y hay subíndices que simplemente mantienen trayectorias ascendentes, como algunos servicios.

La Junta de Gobierno del Banco de México decidió en su reunión pasada una baja que sí era, pero que no era una disminución de la tasa. Sí, así de complicado resultó para los mercados entender lo que denominaron un ajuste fino del costo del dinero.

Lo que el banco intentó decir era que esa baja no iniciaba un ciclo de relajamiento de la política monetaria. Y lo que muchos se preguntaron fue, ¿por qué si no pretendían iniciar una baja, para qué bajaron la tasa un cuarto de punto?

El movimiento influyó, junto con una serie de factores externos a que el peso perdiera terreno frente al dólar lo que seguramente no gustó en Palacio. ¿Le entendió y se quejó el Presidente? Seguro que no lo sabremos.

Pero lo que queda claro es que en la decisión que tomen hoy los banqueros centrales de nuestro país tienen que poner especial atención en la comunicación de lo que quieren.

Si son incapaces de explicar adecuadamente por qué dejan sin cambio la tasa de interés y no exponen bien qué es lo que esperan para bajarla, habrá, sobre todo, pérdida de confianza en la autoridad monetaria.

Y si algo necesitamos en estos momentos de difícil transición es que haya autoridades, ajenas al proceso electoral, que se muestren sólidas y confiables.

La Junta de Gobierno tiene que saber y se lo tiene que creer, que son uno de los pocos pilares de confianza que le quedan a este país y no pueden titubear.

 

     @campossuarez