Hay un desgastante intento por explicarse por qué la consulta que inicia hoy es tan sesgada, tan parcial, tan dirigida y al mismo tiempo tan determinante para definir el futuro de una obra que carga con la estabilidad misma de la economía mexicana.
Pero es tan claro el hecho de que carece de toda lógica y sentido común, que lo que deja ver la consulta popular de hoy es que se trata de un mensaje.
No hace falta desgastarse buscando sondeos al pie de las urnas, el resultado de la famosa consulta ya es conocido y lo sabe un solo hombre.
El 1 de julio pasado vimos a Andrés Manuel López Obrador arrasar en las urnas. Pasó encima de todas las estructuras de poder. Borró cualquier intento del Gobierno saliente de mantenerse en el cargo, despedazó a los partidos políticos y eliminó cualquier intento de contrapeso en las Cámaras de Diputados y Senadores.
Fue tal su arrastre que pudo llevar al poder lo mismo a un impresentable líder sindical exiliado, que a un futbolista con muy escasa preparación. López Obrador le ganó de todas, todas al poder tradicional.
Pero le faltaba una victoria que hoy busca con una primera votación, la de la sede del nuevo aeropuerto.
La cuarta transformación demuestra que puede organizar una consulta, sin rigor metodológico, con los dados cargados, como una demostración de fuerza para derrotar a los poderes fácticos.
Véalo, en una esquina está el Presidente electo acompañado de un muy obediente grupo monolítico. En la otra esquina están todos los demás: grupos financieros, calificadoras, empresarios, pilotos aviadores, medios de comunicación, analistas, intelectuales, usuarios de los aeropuertos, constructores, organismos internacionales, organizaciones civiles, en fin.
Y hoy que la consulta está en marcha, pero no conocemos el resultado, le pregunto: ¿quién es el ganador? ¡Exacto! López Obrador.
Si decide que sea Texcoco, habrá facturas que pagar por la incertidumbre creada, pero se recompone un poco el ambiente y quedará la certeza de que el próximo Gobierno puede llevar las cosas hasta donde le plazca, en una especie de juego de vencidas.
Y si, por el contrario, impone Santa Lucía después de este burdo montaje, habrá sin duda consecuencias financieras serias, pero el nuevo Gobierno habrá ganado algo que, de acuerdo a los principios de la propaganda, es indispensable: un enemigo.
Los poderes fácticos serán ese necesario monstruo que un buen ejercicio propagandístico requiere para tener una contraparte que haga de la confrontación un modelo de Gobierno.
Como no hay manera de pelearse con el Congreso, que está dominado, o con los partidos políticos opositores, que están destruidos, pues ahí están activados los poderes fácticos que servirán para mostrar que hay fuerzas malignas que se resistieron a salvar un lago (que no existe) y que de manera intencional afectaron el desempeño de la economía y las finanzas.
No hay manera de que esta consulta le salga mal a López Obrador en el radical cambio que plantea para su cuarta transformación. El Presidente electo no está hoy consultado, está mandando un mensaje fuerte y claro.