Los pronósticos del comportamiento de la economía mexicana durante este año bajan no en un afán de mandar mensajes políticos, como consecuencia del deterioro de muchos indicadores del propio desempeño del país.

Fitch Ratings fue llevado al paredón por parte del propio presidente Andrés Manuel López Obrador porque se atrevió a degradar la calificación de una empresa que tiene serios problemas financieros y un manejo directivo muy dudoso, en medio de un ambiente de desaceleración económica mundial.

Y si Petróleos Mexicanos no replantea pronto sus estrategias de inversión y de manejo financiero, otras firmas calificadoras seguirán el mismo camino. Porque no se trata de que Pemex explique a la Bolsa Mexicana de Valores que Fitch calificó al pasado, sino de que haya la comprensión de que lo que realmente preocupa es la incongruencia de los planes futuros.

En ese mismo terreno del trabajo de la evaluación de riesgos, la misma Fitch Ratings pone en perspectiva negativa la calificación de las aseguradoras, como consecuencia de la desaceleración económica.

Mientras que Moody’s advierte, sin tocar su recomendación de la calidad del sistema financiero mexicano, que los bancos más importantes del país tienen una dependencia muy alta del Gobierno federal como deudor.

En fin, estas consideraciones, junto con las revisiones a la baja en las estimaciones del crecimiento económico son un reflejo de la realidad.

Los indicadores económicos que se empiezan a conocer muestran resultados no tan alentadores. Desde la inversión fija bruta de noviembre, con todo y el impacto por la cancelación de la construcción del aeropuerto de Texcoco, la producción industrial, hasta el frenazo que dieron las ventas al menudeo de las tiendas de autoservicio y departamentales.

Y es curioso cómo las ventas al menudeo en los supermercados bajan, mientras los consumidores responden a la encuesta del Banco de México y el INEGI que hoy están más confiados que en mucho tiempo.

Puede el Presidente vivir enojado con las calificadoras y con los analistas que pronostican bajas en el ritmo del crecimiento. Eso no va a cambiar la realidad de que para la economía cuentan más las certezas que las promesas.

Si una mañanera la dedica a denostar a las empresas con las que hace negocio en el sector eléctrico, no puede esperar nada más que un aumento de la desconfianza empresarial por el posible incumplimiento de los contratos firmados.

Como sea, el antecedente de la cancelación del aeropuerto pesa mucho en los ánimos del sector privado.

La calificación crediticia del país puede no estar amenazada por una desaceleración económica, más si ésta es producto de un ambiente global adverso. Pero sí tiene todo que ver con la certeza de que habrá respeto.

Respeto a la relación con los capitales privados, respeto a la estabilidad macroeconómica y respeto a las instituciones del propio Estado.

Que no haya dudas que una degradación de la calificación de la deuda soberana mexicana, hasta perder el grado de inversión, implicaría un cambio radical en las condiciones de estabilidad que hemos visto hasta hoy. No vale la pena arriesgar esa condición.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *