Por el tono de algunas recientes opiniones del ex presidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, sobre México, cualquier maloso podría pensar que cuando en abril pasado vino a nuestro país a hablar cosas muy bonitas sobre la Cruzada Nacional contra el Hambre, y en especial sobre el programa “Sin Hambre”, no le pagaron sus honorarios, o a lo mejor le quedaron a deber una lana.

 

El 19 de abril, en uno de los municipios chiapanecos más jodidos del país, Lula, disfrazado de tzotzil, se deshizo en elogios hacia el presidente Enrique Peña Nieto y Rosario Robles Berlanga por haber tenido la visión (de centro izquierda, diría el columnista) y el compromiso de instrumentar un programa de esta naturaleza. Al mismo tiempo les sugirió “poner oídos sordos” a las críticas de sus adversarios políticos (de derecha y de izquierda), quienes calificaban el programa de populista, asistencialista y electorero; que fomentaba la holgazanería de las personas y otras cosas horribles, horribles.

 

No se preocupen Enrique y Rosario, les quiso decir  Lula, “a mí también me criticaron cuando arrancamos el programa “Hambre Cero” en Brasil, pero en 10 años de gobierno pudimos sacar de la pobreza a 33 millones de personas y 40 millones ascendieron a la clase media; además generamos 19 millones de empleos formales. El salario mínimo que era de 80 dólares, hoy es de 350 dólares. Brasil era un país de economía capitalista, donde no había capital; no había crédito para los pobres ni para la clase media, bueno, ni para las Pymes. En una década pasamos de 70 millones de cuentas bancarias en todo el país a 120 millones; aumentamos el crédito de un 25% del PIB a 56%. Muchos decían que el Gobierno no podía garantizar el crédito, porque si las personas no pagaban, el perjuicio sería para el Gobierno porque los pobres no tenían garantías. Y yo le decía a mis ministros: Ustedes no saben qué es ser pobre. Los pobres no tienen bienes materiales para ofrecerlos en garantía. El único patrimonio que tiene un pobre es su nombre y su honor. Y a los pobres les gusta pagar. Les da pena deber a alguien. A muchos ricos nos les da pena nada, presumió el ex presidente brasileño.

 

Casi al final Lula da Silva agradeció al presidente Peña Nieto haberlo invitado a este maravilloso país y ver de frente, por primera vez -reconoció-, a los pobres de México (jodidos, quiso decir, pero no se supo la palabrita, según los malosos). Y le recomendó: Siga usted por ese camino, no haga caso a las críticas de sus adversarios… “usted tiene un país extraordinario, con una historia extraordinaria. Este país que ya albergó la civilización más importante del mundo. Este país tiene todo lo que el pueblo necesita. Y los pobres lo tienen a usted. No les falte”, concluyó el ex presidente brasileño su emotivo discurso.

 

Todas esas cosas bonitas sobre México fueron expresadas hace casi dos meses.

 

El pasado fin de semana, el mismo Luis Inácio dijo en una conferencia, según diversas notas periodísticas, lo siguiente: “México fue presentado como la gran novedad del Siglo XXI… que estaba mejor que Brasil. Pero me fui a enterar (seguramente cuando vino a México en abril pasado, acota el columnista) y todo está peor que en Brasil. No hay ningún indicador comparable a los nuestros. Es mentira que México esté creciendo…” Ah, y en cuanto a la reforma energética que medio mundo aplaude y la considera una hazaña, “nosotros lo hicimos mejor, pero hace 20 años”, remató Lula.

 

¡Qué onda, qué animal le picó a este cuate! Podrían responder no sólo los tzotziles, sino millones de pobres de todo el país que fueron seleccionados para la Cruzada Nacional Contra el Hambre y otros programas.

 

Moraleja: “No tienen la culpa los pobres sino quienes los hacen compadres”. Y un consejo de los malosos: Si algo le quedaron a deber, páguenle para que no siga hablando mal de México.

 

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