El estudio del mercado electoral ayuda a predecir la victoria de Obama aunque siempre los imponderables existen para justificar a los resultados sorpresivos. Sabemos que Obama no ganará por el voto popular. Muy probablemente lo hará gracias al número de votos colegiales. El desgaste natural de cuatro años frente al gobierno, en una época en la que los ciclos de vida de los políticos se reducen a extremos como el de varios primeros ministros griegos, le ha quitado parte de su carisma. Peggy Noonan, columnista del Wall Street Journal asegura que Obama “no es en ningún caso un hombre estúpido, pero se ha vuelto aburrido”.

 

Regiones como West Virginia y Wyoming así como en gran parte de los estados sureños arrasará Romney. La apuesta de Obama es ganar Ohio, Wisconsin, Iowa, Nevada y New Hampshire. Es muy probable que se lleve todos estos estados. No necesita más swing states. Quizá Virginia, que bajo el escenario más cerrado, podría romper el empate. Romney se llevará Florida, North Carolina y Colorado (éste último no está completamente decidido). Desde hace unos días, y hasta que terminen las campañas, el único estado que le interesa a Romney se llama Ohio. No sale de ahí. Sabe que si Obama lo gana, la probabilidad de perder la elección supera al 50%.

 

Quien conoce la demografía del mercado sabe que el salvamento de Obama a la industria automotriz se puede convertir en la variable que decida la elección. En su momento, la posición de Romney fue que el Estado no interviniera en el sector. Hoy, Romney se muerde la lengua.

 

La elección es una batalla entre razones y emociones. Frente a la urna, cada uno de los electores pondera su decisión, primero, con base a su grado de bienestar económico, posteriormente surge el nivel de politización y, finalmente, la vulnerabilidad frente a la presión silenciosa del grupo familiar y de amigos.

 

El bienestar económico es una zona muy vulnerable en 2012. En un Estados Unidos desconocido, desde el exterior, es el de la pobreza. 2.2 millones de hogares se encuentran en proceso de ejecución hipotecaria, es decir, que las familias se queden sin techo por incumplimiento de pago. Algo más, 100 millones de estadunidenses pertenecen a familias que perciben menor ingreso real que el que sus padres percibían cuando tenían la misma edad. En pocas palabras, el sueño americano se diluye en la crisis económica más profunda que haya vivido Estados Unidos desde 1928.

 

La clase media estuvo con Obama hace cuatro años. Su genotipo se convirtió en una ventaja semiótica respecto a su rival John McCain. Hoy, muchos de sus integrantes se encuentran decepcionados porque no actuó de manera enérgica en contra de la aseguradora AIG, Bank of America y City Group, todos ellos salvados por el Estado con 272 mil millones de dólares. Cifra cercana al déficit histórico de 380 mil millones de dólares (a diciembre de 2011). La ley Dodd-Frank con la que Obama le colocó a Wall Street una serie de filtros para castigar a banqueros, se le ha revertido, porque muchos clientes bancarios sufren por la dificultad de conseguir créditos.

 

Todo el mundo habla de Estados Unidos pero Estados Unidos no habla de todo el mundo. Su imagen está muy arraigada en el intelectual colectivo global. Un pequeño cambio en su política exterior no mueve su posicionamiento en la mente de miles de millones de ciudadanos que todos los días pronuncian su nombre. El mundo votaría por Obama porque Romney no votaría por el mundo. Su etnocentrismo, el de Romney, es un objeto seductor en los estados sureños; en las costas, sus seguidores le aplauden su visión monotemática, la economía. Obama, como apunta Peggy Noonan, el desgaste le ha convertido en un personaje aburrido. En realidad no cumplió con las expectativas pero, al parecer, tendrá otro periodo para lograrlo.

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