En pocos días se estrenará una nueva versión cinematográfica de la excelsa novela de Scott Fitzgerald, El gran Gatsby. En esta ocasión, Leonardo DiCaprio se encargará de transferir vitalidad a Tiffany&Co. y a Moët&Chandon para ubicarse en los círculos sociales de Daisy Buchanan, con el único objetivo de conquistarla. Gatsby es la metáfora de la ilusión que viaja a través del “¿quién dice que no se puede?, porque sí se puede”. La atracción literaria en Gatsby es que la historia aparenta estructuras carentes de ficción; como las estructuras sociales mismas. No hay tarjetas de crédito que lleven a buen fin, pensaría Fitzgerald. Con elevadas cargas de ficción, Juan Marsé también desarrolló a su Gatsby a través de Últimas tardes con Teresa; su protagonista central, el pijoaparte, hace lo imposible para conquistar a Teresa, la adolescente que vive en la parte alta de Barcelona.
Vale la pena recordar a Gatsby y a Teresa en una época en la que la crisis económica carcome a las clases medias globales.
El viernes pasado, en el Museo de Antropología, el presidente Obama mencionó la importancia que tiene la clase media para el desarrollo económico. Gatsby recurrió a un sinfín de fantasías retóricas para lograr ingresar a un terreno vedado no sólo por el dinero sino por la tradición de una nobleza revitalizada por la buena educación. Algo similar le ocurrió al pijoaparte: sin educación intentó ingresar a estructuras sociales discriminativas, particularmente en el terreno educativo. Para Fitzgerald y Marsé, las historias imposibles de sus respectivos personajes lo son por una kilométrica brecha existente entre sus pretendidas conquistas amorosas llamada clase media.
Lo que es cierto es que la clase media es el mejor refugio de protección en contra de tensiones y crisis económicas. Es una especie de seguro de vida cuyo principal atributo es, precisamente, la calidad de vida. La estabilidad como activo anti estrés.
Hoy, la Unión Europea atestigua la anemia que sufren las clases medias de sus 27 países, en particular, Grecia, Portugal, España, Irlanda, Italia y Francia.
Quien escuchó el discurso sobre el estado de la Unión del presidente Obama, el pasado 13 de febrero, se enteró del objetivo central de su gobierno: fortalecer a la clase media porque es “nuestra verdadera maquinaria de crecimiento”. Obama supo que el impacto primigenio de la actual crisis que vive Estados Unidos apuntó directamente a los consumidores de crédito, en particular en el sector hipotecario. La crisis saltó a Europa por las condiciones sistémicas, que países como España, tienen en el sector hipotecario. El exceso en la oferta de casas y departamentos trató de ser solucionado a través del crédito barato pero vitalicio. Cuando los bancos no lograron recuperar las carteras por el incremento en las tasas, la ruptura (crack) entre los integrantes de la clase media con los agentes bancarios detonó la crisis de los desahucios por embargos.
En su momento, Aristóteles, el padre de la ciencia política, aseguró que la mejor comunidad política es aquella en la que el poder está en manos de la clase media porque confina los extremismos políticos a un papel marginal, da estabilidad y ayuda al crecimiento económico.
Vale la pena analizar el discurso de Obama en el Museo de Antropología. México se transforma súbitamente gracias a las cohortes juveniles, gracias a su ingreso al sistema educativo, el mejor sitio para reformular los viejos paradigmas de la cohabitación global.
Para evitar la reproducción de Gatsby o pijoapartes lo mejor es invertir en educación con miras hacia la globalización, es decir, en contextos de intercambios escolares que ayuden a generar a una nueva generación despreocupada por los estereotipos que impiden la libertad regodeada en el conocimiento.