Es reconocido, o quizá lo fue hasta no hace muchos años, el pensamiento del intelectual colectivo español sobre la monarquía: son juancarlistas antes de ser monárquicos. La excepción, por obviedad, se encuentra en la demografía republicana, que ni es juancarlista (quizá algunos que confirman la regla) y mucho menos es monárquica. Para traducirlo en lenguaje almodovariano, siguen siendo monárquicos radicales los personajes que no dejan de leer un solo número de la revista ¡Hola!

Las demografías mileurista y de los Indignados; la de la política encabezada por Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y de Izquierda Unida (IU), así como un conjunto de partidos regionales progresistas; los medios de comunicación, en particular los periódicos El Mundo, Público.es, libertaddigital.com, entre otros, son los principales agentes anti monárquicos que han aprovechado el caso Nóos (empresa filantrópica del yerno del rey, Iñaki Urdangarin, encargada de eclipsar a la empresa, financieramente voraz y traficante de poder, Aizóon) para denunciar el anquilosamiento de la imagen de la Casa Real.

 

Con la caída en desgracia de la infanta Cristina, se catalizará la involución súbita del rey Juan Carlos y el ascenso de su hijo, el príncipe Felipe. Hoy, la duda ya no es el año en el que Felipe se convertirá en rey de España como consecuencia de la muerte de su padre, sino la fecha en la que el rey Juan Carlos abdicará. El mapa político judicial actual hará cambiar la naturaleza de la monarquía española. Su imagen de hoy es absurda, tanto, que junto a la prima de riesgo y el caso Bárcenas que tiene maniatado al débil presidente Mariano Rajoy, una especie de prima de riesgo monárquica se encargará de arrinconar al rey Juan Carlos, por lo que España ingresará a una zona de riesgo sistémico social que hará insoportables la presencia del rey Juan Carlos y las reacciones de ajustes draconianos en el gasto público por parte del gobierno de Mariano Rajoy.

 

Al rebobinar la historia, dos hitos marcaron de gloria a Juan Carlos: la restauración de la democracia después del lapso en vilo detonado por el intento de golpe de Estado encabezado por el general Antonio Tejero el 23 de febrero de 1981 (23F) y su protagonismo toral después de la muerte del dictador Francisco Franco, el 20 de noviembre de 1975. Pocos pensarían que aquel personaje se convertiría en mofa gregaria después de que un buen día viajó a Botsuana para cazar elefantes. La historia es una ciencia de pesajes, con la que  se tiene que ponderar la aportación de cualquier personaje a la evolución de la nación, más allá de las anécdotas que reflejan el anquilosamiento del mismo personaje.

 

El 23F fue resultado de una conjura “inercial” por parte de un segmento del ejército a quien le molestaban las externalidades positivas y negativas de la democracia puberta, comandada por el presidente Adolfo Suárez. La situación económica de aquel entonces comenzaba a deteriorarse súbitamente y el ascenso del grupo terrorista ETA preocupaba al sector militar. Así llegó la intentona del golpe. De manera inmediata, el rey Juan Carlos protagonizó el control y cerco de los golpistas. La presidencia se encontraba acéfala, ya que la ceremonia interrumpida por los golpistas era la sesión de votación para convertir en presidente a Leopoldo Calvo-Sotelo. La operación Galaxia fue desarticulada y la imagen del rey alcanzó el nivel máximo de simpatía entre los españoles.

 

Las conversaciones entre Juan Carlos y Francisco Franco quedarán en el panteón de la Historia. Las versiones se bifurcan sobre el deseo de Franco por heredar su dictadura, y sobre el escenario del inicio de la fiesta democrática. Lo que es cierto es que la dictadura perpetua quedó interrumpida gracias a la biología pero también al rey Juan Carlos, heredero elegido por el propio dictador Franco. Es decir, lo que sí se conoció, por los acontecimientos que se desencadenaron después del 20 de noviembre de 1975, fue la inauguración del sistema democrático que quedó impreso, en particular, por el reconocimiento del Partido Comunista y los multicitados pero a la vez, poco conocidos, Pactos de la Moncloa (octubre de 1977).

 

La ruta crítica de la democracia española encontró, en 1986, su consolidación (seguro democrático): el ingreso a la Unión Europea.

 

El ciclo de vida exitoso del rey Juan Carlos debió concluir como centro gráfico estelar de la revista ¡Hola! y no bajo escenarios judiciales. Pocos pensaron que un modesto profesor universitario se convertiría en el verdugo del rey. Diego Torres, socio de Iñaki Urdangarin articuló una estrategia judicial para no duopolizar, junto al propio Urdangarin, los males del caso Nóos. Si a él lo acusarían por el desvío de fondos (6.2 millones de euros), entonces Diego Torres decidió que también el rey y su hija Cristina tendrían que rendir cuentas a la justicia.

 

Después de la consolidación democrática española, el único activo de la monarquía fue una mezcla que combinó la solidaridad y el testimonio moral. El terreno político prácticamente le fue vedado al rey por mandato de la Constitución y, dependiendo de los rasgos presidenciales en turno, se incrementaba o no el distanciamiento. Por ejemplo, José María Aznar tuvo mala relación con Juan Carlos. Tanta, que le prohibió viajar a Cuba a pesar de que políticos con el mismo ADN del de Aznar sostuvieron veladas alegres con el dictador Fidel Castro; me refiero, por ejemplo, a Manuel Fraga, ministro de Información y también de Turismo, de Francisco Franco.

 

La monarquía utilizó a la cultura como una especie de catering con el que moldeó su buena imagen. Así nacieron, por ejemplo, el museo Reina Sofía y los premios Príncipe de Asturias. Polémica el día en que trasladaron el Guernica de Picasso del Museo Del Prado al Reina Sofía. ¿Qué necesidad de sacar la obra del máximo museo español?

 

La reina Sofía aportó a la monarquía una importante rebanada de sentimientos: lo mismo consoló a las esposas de los militares fallecidos en misiones especiales que a los hijos de padres fallecidos en tragedias naturales o con balas de terroristas de ETA.

 

Hoy, después de que la infanta Cristina ha sido imputada por el juez José Castro, por su probable participación en el caso Nóos, que consiste en el aprovechamiento del prestigio social de la Casa Real para lograr jugosos contratos, principalmente de los gobiernos valenciano y balear, la imagen del rey se precipita al abismo. Lo mejor para la propia monarquía es preparar un obituario de un personaje vivo cuyo tiempo glorioso no pasó del siglo XX.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *