Cuando escuché que los maestros de la CNTE intentarían de nuevo cercar el aeropuerto (de la Ciudad de México) me aterré.
Mínimo un par de horas para llegar desde la Condesa, pensé. Y eso, si llego...
Empecé a revisar los portales de los diarios, a seguir las noticias minuto a minuto. Que si ya habían ocupado una de las avenidas del Boulevard Puerto Aéreo. Que ya ambos lados habían sido cerrados por los mentores. Que eran como tres mil los que intentaban cerrar los accesos al aeropuerto y que ante ellos se plantaban, esta vez, nada menos que policías federales, además de los granaderos.
Al poco rato oía a los compañeros reporteros decir que los maestros impedían por completo llegar al aeropuerto -que todas las vías estaban cerradas- y que además algunos se habían acomodado muy rico para hacer picnic, mientras que otros rompían las aceras para hacerse de piedras y tubos para aprestarse a la batalla.
Todo esto lo leía en los portales de los diarios y lo escuchaba por radio entre el mediodía y la una y media de la tarde. ¿Qué haré?, me preguntaba. ¿Me arranco de una vez hacia al aeropuerto (mi vuelo era a las cinco de la tarde) o de plano cancelo el viaje?
La verdad es que las noticias me tenían confundida.
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CAMINO AL AEROPUERTO.- A ver qué pasa, me dije y decidí lanzarme al aeropuerto. Lo primero era conseguir un taxi que quisiera lanzarse a la aventura. Llamé al sitio. El primer chofer que contestó lo primero que me dijo es que estaba cerrado el aeropuerto y que no había servicio para allá.
¿Alguno de sus compañeros querría intentarlo?, pregunté. El hombre no me respondió en ese momento. Sólo le oí decir: "¿alguno se avienta a ir al aeropuerto?
Y pues sí, hubo quien aceptó. Pasó por mí y en cuanto abordé maleta en mano sonrió y dijo: "Pues vamos a ver qué nos depara el destino, pero al menos prepárese para dos horas de camino".
Enfiló hacia Viaducto. Entró. El tránsito era de maravilla, apenas unos cuantos carros en el camino. Ni en fin de semana -mucho menos entre semana-, suele haber tan poco tránsito en esa vía y a esas horas.
Ninguno de los dos mencionamos nada al respecto durante el trayecto (por aquello de la mala suerte, ¿verdad?; porque apenas uno dice “¡Qué bien está el tránsito!” y ¡Zácatelas!, en ese preciso instante se fastidia. Pero cuando alcanzamos la desviación, el puente, hacia la terminal Uno y vimos que seguíamos deslizándonos como en pista de carreras, entonces sí que festejamos.
¡Dieciocho minutos!, reloj en mano, de mi casa al aeropuerto. Una chulada.
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COSAS QUE CALIENTAN.- Ya en la sala de espera, volví a sintonizar las noticias. En uno y otro noticieros se volvía a la historia de que el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México estaba sitiado por los maestros y era imposible llegar a sus terminales en coche.
Acaso, señalaban los cronistas, por algunas de las estaciones del Metro cercanas, como Pantitlán, Balbuena y Moctezuma. Y de ahí, echársela caminando, medio kilómetro al menos.
Lo cierto es que no era así. Pregunté en mi derredor cómo habían llegado a la Teminal Dos. Todos, sin excepción, respondieron que en carro.
Esta vez, así como la protesta de los maestros, calentó.
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GEMAS: Obsequio de Antonio, vecino de vuelo: "Los maestros de la CNTE son light frente a (Marcelo) Ebrard, ese sí que nos la hizo por toda la ciudad, ¡y seis años!"