No son los colores de las banderas sino el desorden del pensamiento lo que provocó terror en las calles de Londres y París la semana pasada. No es el malestar por la invasión territorial sino la inexistencia del futuro para los jóvenes inmigrantes lo que está provocando la cólera en las calles de Estocolmo.

 

Después de 58 años de fundación, la Unión Europea requiere de una transformación. Adiós a la reminiscencia del carbón y el acero; bienvenidos a las cirugías de los drones; adiós al triángulo bélico Londres, París, Berlín; bienvenidos a la prima de riesgo; adiós a las ideologías ortodoxas y bienvenidos a los partidos políticos de diseño.

 

Hoy, los ataques terroristas se han convertido en una especie de performance. El criminal aprieta el cuchillo ensangrentado y observa a una cámara. Grita, habla, murmura: justifica su nueva personalidad a través de la estúpida frase de ojo por ojo. La venganza retransmitida en tiempo real con tecnología HD. Lo importante para el criminal no es huir de la policía. Es esperarla y, mientras tanto, dirigirse a la CNN ciudadana (twitter o facebook).

 

La mimetización a través de las redes sociales imposibilita la articulación de estrategias de seguridad; vamos, imposibilita razonar. A unos metros del centro comercial parisino Quatre Temps otro fanático imita lo ocurrido en Londres. Con un cúter es suficiente para degollar a un individuo. Su inexperiencia, tal vez, o su falta de conocimiento de la anatomía humana, provocaron que un militar francés sorteara la muerte.

 

Lo mismo Mali, Afganistán, Irak; Egipto, Libia, Túnez. Pronto Siria. El instinto de venganza genera tensión. Así lo detonó el presidente Bush en 2001 y así lo apoyaron Blair, Aznar y Barroso. Los episodios de respuestas van ocurriendo lentamente sin la anuencia de Osama Bin Laden.

 

Si de efectos miméticos hablamos, tenemos que poner atención en Suecia. La triste tradición de las chimeneas vehiculares en los barrios circundantes de París se ha convertido en principios de una pandemia social: los marginados.

 

Segunda llamada para la Unión Europea. La educación no hace milagros. Los efectos de programas de intercambios como Erasmus permea en capas de población virtuosas; sin embargo, la pirámide sociodemográfica presenta áreas de desolación; adolescentes de segunda y tercera generaciones que no son asimilados por las estructuras sociales de países como Francia y Suecia.

 

Uno es el mundo de los negocios y otro es el mundo de la realidad. En el primero, el fenómeno de la transcultura es delicioso. La suma de rasgos culturales no se puede cuestionar. Pocos quieren conocer menos que más; los productos de Apple o el café de Strabucks atienden a necesidades, pero sobre todo, a deseos globales de comunicación y esparcimiento. Sin embargo, el fenómeno de la migración no puede ser analizado a través del marketing. Más sociología y menos banalidad a la hora de desarrollar políticas sociales.

 

Desde cualquier ángulo geográfico, Suecia equivalía a un paraíso. Stieg Larsson hizo ficción de una realidad poco conocida sobre el trato a las mujeres en el paraíso. Entre mafias y corrupción, el cuerpo político se ha alejado de la piel inmigrante. De manera errónea pensamos que la muerte de Olof Palme se trató de un caso aislado. Nunca nos pusimos a analizar el cuerpo social de la Europa nórdica. Tan similar al sur en casos de emergencia económica pero, sobre todo, conectada con todas las circunstancias de la Unión Europea.

 

Desde la eurocracia de Bruselas no se alcanza a percibir la vida de los peatones. Su recorrido amurallado por las pandemias políticas de un siglo muy diferente al XX.

 

La crisis económica europea ha demandado mucha atención a los 27 gobernantes. Es tiempo de mirar hacia las calles; el lugar donde se experimenta la democracia.

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