La apuesta era buena, pero no resultó.

 

O, medida a la distancia, resultó contraproducente para el Partido Revolucionario Institucional (PRI), su gobierno, sus candidatos y el escenario electoral tricolor.

 

Enrique Peña Nieto arribó al poder con propósitos de cambio y, en aras de lograrlo, concilió intereses con las fuerzas opositoras.

 

Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) acudieron a la convocatoria de transformar a México con las llamadas reformas estructurales.

 

Gustavo Madero las firmó en el Castillo de Chapultepec por el PAN y Jesús Zambrano por el PRD.

 

Con dificultades y tumbos, las iniciativas avanzaron de septiembre a diciembre de 2012 para un inicio promisorio de sexenio.

 

Salieron la laboral, la educativa, la de telecomunicaciones…

 

Otras estuvieron a punto de naufragar, como la hacendaria, sacada al final gracias al apoyo del perredista Ángel Aguirre y el indefinido -porque hoy carece de partido e identidad- Gabino Cué.

 

Suyos fueron los votos de los senadores definitivos.

 

Ni siquiera castigo por los casinos

 

La adhesión no fue desinteresada.

 

Enrique Peña vivió tiempos de sociedad con Gustavo Madero y Jesús Zambrano, pese a resistencias panistas y perredistas.

 

Los azules fueron los más beneficiados.

 

En aras de sus votos legislativos, el gobierno priista desistió de investigar fundamentales para aclarar pasados desvíos, enriquecimientos y múltiples operaciones anómalas.

 

Ahí están de muestra las compras amañadas, con sobreprecios a empresas amigas, en el sector salud.

 

Los manejos de Petróleos Mexicanos (Pemex).

 

O las operaciones en la Comisión Federal de Electricidad (CFE), cuyos contratos no pasarían las normas elementales de transparencia.

 

Las acciones sospechosas para construir o financiar cinco millones de casas durante los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón para atender a las inmobiliarias –vivienderas, les llaman algunos- y no a los derechohabientes del Infonavit, Fovissste y otros organismos de Estado.

 

Casas hoy abandonadas.

 

Expedientes al fuego o triturados

 

La lista de corruptelas puede seguir hasta el infinito.

 

Bastaría asomarse al manejo inadecuado, por decirlo con cortesía, de los permisos de casinos, cuyos escándalos saturaron a la Secretaría de Gobernación (Segob) y a sus funcionarios con Vicente Fox y Felipe Calderón.

 

O revisar con detalle las denuncias de Elba Esther Gordillo contra su antiguo protegido, el hoy electo gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, de amañar las compras del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE).

 

Para esos funcionarios, todos panistas, no hay problema.

 

Enrique Peña Nieto decidió no proceder y así tuvo el respaldo de Gustavo Madero, a cuyo impulso creció la carrera y la imagen del queretano Ricardo Anaya, hoy convertido en el gran juzgador del PRI y sus corruptos gobernantes.

 

Con esa bandera se abre camino hacia la candidatura presidencial de 2018 y el gobierno de Peña Nieto, amarrado de manos, nada puede hacer.

 

Nada, porque la mayoría de los expedientes fueron quemados o a la trituradora.

 

Pero de esto hay más, y continuaremos.

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