Pericles se encontraba tan entusiasmado por haber derrotado a los persas, que un buen día decidió construir el Partenón en agradecimiento a los dioses. Calzada de las ideas o si se prefiere, avenida de la sabiduría esquina con la calle Amores. Contemporizar la atmósfera puede sonar a una mala broma. Si el Partenón fue escenario de una iglesia bizantina, que mutó a una latina, que mutó a una mezquita musulmana, sin sorpresa, su espíritu, pudo mutar en un espacio reducido en el corazón de San Ángel. Así sucedió. Se ubicó en el ITAM, junto a una cafetería.
Los estudiantes se aglutinaban en la circunferencia de una pequeña fuente bañada de piedras. A pocos metros, un pedazo simétrico de piedra frío bajo ornamento de banquillo interminable fungía como asiento incómodo. Allí, sentados y parados, los alumnos generalmente conspiraban; articulaban estrategias y tácticas electorales; preparaban eslóganes imperialistas; interpretaban el personaje de Alceste de Molière (sin menospreciar a Fabrice Luchini y Lambert Wilson en el extraordinario poema cinematográfico Alceste à bicyclette, de Philippe Le Guay, que se encuentra actualmente en exhibición). En pocas palabras, los candidatos a representar a los estudiantes del ITAM recibían más incentivos de las elecciones anuales internas que las supuestamente verdaderas: las típicas sexenales.
Adiós a los cachorros de la Revolución; jubilación al paradigma soviético; fin de una época tan etnocéntrica como alentadora de la sustitución de importaciones. La incubadora estaba lista. El vector que atravesaba a los planes de estudio era liberal en lo económico como profundo en el pensamiento. Fischer y Dornbusch, Stanley, Samuelson, Mochon y Becker, entre otros, inspiraban a Silvano Espíndola, Ignacio Trigueros, José Antonio Cerro, Juan Carlos Belausteguigoitia, Magdalena Barba y Francisco Gil Díaz, entre otros. En el otro equipo, quienes se encargaban de dialogar con Platón, Heidegger, y Hegel fueron Carlos De la Isla, Rodolfo Vázquez, Antonio Diez, y Ramón Zorrilla. Los que contemporizaban las ideas en problemas de la realidad fueron Julián Meza, Julia Sierra y posteriormente Alberto Sauret.
Son ellos, los que estuvieron en el Consejo de Alumnos hacia finales de la década de los ochenta, los que conforman una cohorte hiperpolitizada el día de hoy. Cuando nacieron, Gustavo Petricioli Iturbide era el rector del ITAM; cuando ingresaron al instituto, Javier Beristaín Iturbide lo era.
Se trataba de la post Generación X tropicalizada a México. El entorno obligaba a protagonizar un punto de inflexión. Las fechas icónicas se acumulaban en el Partenón: 9 de noviembre de 1989, adiós al Muro de Berlín; el Tratado de Belovesh y la Perestroika; Gorbachov junto a su nieta Anastasia comiendo en Pizza Hut. En México, Carlos Salinas de Gortari, se encontraba detrás de Río Hondo número uno. Al frente, Pedro Aspe como titular de la Secretaría de Hacienda. Luis Videgaray escuchaba, atento, a Cuauhtémoc Cárdenas; Ernesto Cordero hacia lo propio con Manuel J. Clouhtier. Heberto Castillo era cuestionado por Rafael Ximénez (encuestólogo de Felipe Calderón). Ximénez, junto a Alejandro Moreno (encuestólogo de Reforma) formaban una especie de think tank en un pequeño cubículo de la biblioteca Manuel Gómez Morin, un remanso de paz surrealista enclavado en lo que había sido un laberinto seminarista.
Concluyo una etapa en la que escribí una serie de textos sobre una generación del ITAM que, con diferencias ideológicas en el camino, sus integrantes compartieron un rasgo: la pasión por la educación. De ahí que haya mencionado algunos de los nombres de sus profesores; protagonistas fundamentales que en pocas ocasiones se les ha dado crédito. En un país donde la calidad educativa es un bien escaso, no es ocioso recordar que las generalizaciones son elaboradas por minimalistas del pensamiento. Ahora, ese rasgo de la pasión por la educación ha mutado hacia un estadio de competencia política. Lo que vendrá se convertirá en una anécdota más, de lo que un día sucedió en el Partenón.