El mundo vive, desde hace casi cuatro años, una de las mayores convulsiones económicas y financieras de las que se tenga memoria. Como se puede advertir, no se trata de una crisis coyuntural contenida por las fronteras regionales, como tantas otras que han estallado en las últimas tres décadas por todo el globo desde Rusia hasta Argentina, pasando por México.
Ahora las economías están inmersas en la depresión de un ciclo largo que afecta principalmente a las economías desarrolladas e inevitablemente lo hará, con mayor o menor fuerza, con aquellas llamadas emergentes.
El terremoto económico que aún perdura, ha cimbrado las bases estructurales del viejo orden financiero surgido en la posguerra, ha alterado las bases sobre las que se concebía el éxito económico de un sinnúmero de naciones, y ha redefinido los liderazgos económicos y políticos globales. Esta sacudida ocurre en momentos en que la globalización de los mercados, el cambio climático y la “primavera” política en el mundo árabe, surte efectos duraderos, y aún desconocidos, sobre la oferta mundial de alimentos y de energía, dos de los ítems estratégicos más preocupantes hacia el futuro de las naciones.
Se abre así una etapa de redefinición y de una natural incertidumbre con ganadores y perdedores como la historia lo ha enseñado tantas veces.
México no estará exento de estas redefiniciones económicas globales. La crisis asomará al igual que las oportunidades de posicionamiento competitivo, regional y global, para el comercio y la inversión, esperando sólo que los políticos y los gobernantes en turno decidan, por fin, asomar la cabeza y ver lo que ocurre fuera de su aldea particular.
Por lo visto, los asuntos de la economía ocuparán no sólo la agenda de los líderes mundiales y locales en los próximos años, sino también la del ciudadano común y corriente, la del olvidado consumidor de nuestras latitudes, que será protagonista -y quizá víctima- de estas historias por venir.
A todo esto es imperativo preguntarse si nuestra prensa especializada en asuntos económicos está medianamente preparada para afrontar el reto que le imponen los ciudadanos y el mercado de lectores, máxime cuando en el país aún abundan los procesos inacabados de acceso a los mercados, de perversas concentraciones, de escasa democratización de la información económica y de una incipiente cultura empresarial basada en la meritocracia.
Junto con estos retos, ha crecido la exigencia de un mercado multimedia de lectores jóvenes, profesionistas, críticos, de una amplia clase media, cuyas demandas socio-políticas ya no se conforman con lo establecido y que buscan información económica que dé respuestas a sus inquietudes.
Sin embargo, nuestra prensa especializada parece no haber evolucionado en el mismo sentido, ni acorde al momento histórico de cambio en el que se encuentra inmerso el mundo. Los escasos tirajes así lo muestran.
Este nuevo mercado de lectores reclama prospectiva, utilidad, profundidad y entendimiento de los contenidos que nuestros medios especializados no ofrecen, por lo menos no a cabalidad. Y es que para satisfacer esa demanda se requiere una mayor profesionalización de quienes planean, seleccionan, entienden, confeccionan y empaquetan esos contenidos.
Tradicionalmente se ha dicho que el problema de la prensa especializada es que no hay un mercado de lectores suficiente. Difiero completamente. En México y en estos tiempos, más que nunca, eso es una gran mentira.
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