Presionar al gobierno dentro del marco de la ley es una de las herramientas más poderosas y efectivas del ciudadano en una democracia. El hecho de que parte de la Iniciativa Privada (IP) tramitara una demanda de amparo contra diversos actores públicos por “la omisión de retirar los bloqueos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación” (El Universal, 06/08/16), es un gran ejemplo de cómo uno puede hacerse escuchar sin violar la ley o dañar a terceros, y es el tipo de presión constructiva que puede provocar la reacción del Ejecutivo para con los bloqueos.
Por otro lado, el ejemplo de presión destructiva lo pusieron aquellos empresarios que insinuaron su negativa a pagar impuestos debido a la crisis económica que ha desatado el conflicto magisterial en varias regiones. Su hartazgo se entiende pero un incendio no se apaga con gasolina. Los empresarios que nieguen sus obligaciones fiscales o falseen información con este objetivo, no solo estarán rompiendo la ley, también estarán replicando la lógica de extorsión que aplica la CNTE –y varios otros grupos- con el gobierno mexicano.
La constructiva y la destructiva florecen ante el mismo panorama: la percepción de incumplimiento de un gobierno. El que presiona para alentar, edificar o corregir, lo hace porque siente que se puede y se debe mejorar; es un inconforme. El que presiona para romper, acaparar o chantajear, lo hace porque sabe que no habrá castigo pero sí beneficio. Entonces, ¿más ciudadanos organizados deberían aplicar presión constructiva al gobierno para que éste aplique la ley? Sí, por supuesto. Si son dentro de la norma, acciones así son positivas en términos democráticos, ya que al final, buscan beneficiar a nuestro denominador común y lazo más firme: México.
Pero hay condiciones que hacen aún más efectiva a la presión constructiva. Una de ellas es la diversidad. Si el grupo de ciudadanos que conminan a un gobierno para la acción está conformado por diversos sectores y/o distintos niveles socioeconómicos, éste escuchará más rápido. Volvamos a los empresarios de la demanda. Si bien su jugada fue positiva en el sentido de presión que promueve este artículo, al ser las cúpulas empresariales, probablemente más de uno tachará la acción de burguesía organizada o berrinche de “los fresas”. Esta maniobra pudo haber incluido a artesanos oaxaqueños que viven del turismo o a dueños de misceláneas afectadas para potenciar su mensaje. Entre más heterogéneo el grupo, mayor el costo de la sordera.
El gobierno sigue sin escuchar su propia voz en el tumulto y la gente se está cansando. Hoy son los empresarios pero mañana podrían ser otros sectores menos civilizados los que, irónicamente, pidan orden. La presión constructiva basada en la diversidad es la mejor ruta para canalizar la indignación ciudadana sin abrir falsas puertas autoritarias. ¿Es activismo político? Sí, lo es. La acción política es derecho de todos y se necesita para mejorar la colectividad. Los gobiernos son visitantes, pero los problemas, si no se resuelven, se convierten en residentes. Exhortar a un gobierno para que haga mejor su trabajo no es una actitud negativa ni mucho menos subversiva. En un país como el nuestro, es lo mínimo que se debe hacer.
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