La película estelarizada por el recién fallecido Robert Redford, Una Propuesta Indecorosa (Adrian Lyne, 1993), relata la historia de una feliz pareja que es tentada por un multimillonario y seductor personaje (Redford) — que queda prendado de la bella mujer (Demi Moore) — tras encontrarse en un casino. La joven pareja está desesperada por conseguir dinero, pues enfrentan una adversa situación económica que puede resultar en la pérdida de su casa. El millonario ofrece al matrimonio un millón de dólares a cambio de pasar una noche con ella. 

En México, no por necesidad sino por ambición desmedida, aspiracionismo — deseo de pertenecer— o, incluso, por sociopatía, nuestra clase política se ha rendido ante el poder y el dinero. No solo acepta —y hace— propuestas indecentes, sino que anhela caer en la tentación. Hoy lo que estamos observando, por sus dimensiones y alcance, es algo que rebasa cualquier caso registrado en el pasado. 

López Obrador no solo no barrió con la corrupción como se hace con las escaleras —de arriba hacia abajo—, sino que su permisividad, tanto con el crimen organizado como con sus colaboradores —e incluso familiares— y demás miembros de El Movimiento, incentivó el desarrollo de negocios ilegales a costa del erario que, ligado al debilitamiento, captura y/o destrucción institucional perpetrada por su gobierno nos ha dejado un país rehén de la delincuencia y la corrupción con muy pocas herramientas de defensa, reducidas en muchos casos, a la voluntad de la presidenta y la presión de Estados Unidos.

Sin embargo, esto no es privativo de los políticos, la escala de valores de nuestra sociedad parece involucionar. Ya no es la cultura, el deporte, la ciencia, el trabajo, la solidaridad, la fidelidad, la experiencia, la creatividad, y otras habilidades y atributos, lo que hace de una persona un ejemplo a seguir. Cada vez se valora más lo material: la ropa y accesorios de marca; los coches, motos y viajes excéntricos; los relojes caros y los celulares con mayores avances tecnológicos. Hoy se idolatra a los creadores de contenido, a youtuberos, a músicos que hacen apología del delito, del machismo y del materialismo, así como a quienes ostentosamente muestran tener dinero, fama y poder —y mal gusto. 

Nos hemos vuelto impermeables ante la tragedia; a hechos de violencia que incorporamos ya a nuestra cotidianidad. 

Son buenas noticias que, por las razones que sean, la presidenta haya asumido el costo político de frenar a mafias que se han servido de las relaciones de poder para cumplir sus ambiciones a costa de todos, pero esto no será suficiente si no se enfrenta la impunidad de forma estructural y a todos los niveles.

Militares, marinos, gobernadores, presidentes, funcionarios, representantes populares, jueces e integrantes del nuevo régimen no solo han caído ante la tentación de propuestas indecorosas, sino que han abusado de su posición para hacerse de recursos millonarios de forma ilegal e inmoral. Esperemos que, para ellos, a diferencia de en la película de Lyne, no haya final feliz —pero para la sociedad sí, como para los protagonistas del filme, un periodo de sensibilización y revaloración de prioridades.