La información compartida (wiki) o gregaria, incentiva el ánimo por participar, opinar o simplemente por consumir información. Retuitear es algo más que el deseo de compartir información: es la mimetización, y por ende conformación, de una pequeña isla de opiniones y, probablemente, de un continente; “opino lo que opinan los otros”. La opinión a la enésima potencia se autopremia al subir al trono del trending topic: el orgasmo de la opinión recargada de influencia; el nuevo narcisista a quien le fascina practicar la gimnasia en la aldea llamada Matrix.

 

Retuitear asimila la naturaleza del viejo juego “pasa la voz”. El retuit ya ha generado la cultura de confiar en posibles anónimos que navegan entre millones de caracteres al día. La piel de las redes sociales genera empatía entre anónimos. Es más fácil retuitear al anónimo que saludar en el café del barrio al mismo anónimo. Es más, en el retuit subyace el deseo de ser conocido por los desconocidos. La confianza entre desconocidos rebasa los límites del lenguaje en Facebook al llamar a muchos de ellos “amigos”.

 

El 2 de noviembre de 2010 se celebraban elecciones del Congreso en Estados Unidos; 340 mil personas con posibilidad de votar no tuvieron un solo incentivo para hacerlo hasta el segundo en que decidieron ingresar a Facebook. Un mensaje animado les informaba “Hoy es día de las elecciones”. También se encontraba en la página un enlace a los colegios electorales de la zona, un botón para darle un clic que decía “yo ya he votado” y un contador con los usuarios de Facebook que ya habían realizado el clic. Por si fuera poco, en un recuadro aparecían los “amigos” que ya habían votado. James Fowler y profesores de los departamentos de Ciencias Políticas, Psicología y Genética Médica de la Universidad de California en San Diego estaban detrás de esta investigación. Su hipótesis era: ¿Influyen o no las redes sociales para decidir votar?

 

Ese día, el 2 de noviembre, ingresaron a Facebook 61 millones de estadunidenses. La muestra estimada por los investigadores fue de 600 mil, seleccionados al azar. A ellos les aparecieron en su página de Facebook las animaciones arriba descritas. El 56% (340 mil) de la muestra fue convencido por Facebook para votar. La cifra es altísima y la conclusión es obvia: las redes sociales derraman incentivos a su paso, tantos que para muchos cibernautas el número de incentivos virtuales supera a los de “la vida real”.

 

Assange, ¿el nuevo Hombre de Acero?

 

La confianza que se mueve por la geografía de las redes ha saltado al mundo mitad real, mitad ficción. #Anonymous como #Wikileaks sostienen una lucha soterrada contra el establishment segundo a segundo. Entre los objetivos fundacionales del primero se encontró la libertad de expresión; posteriormente se ha extendido y ahora se ha convertido en un soldado de #Wikileaks. Julian Assange lanzó su portal #Wikileaks no sólo para hackear los pozos políticos sino convertir a su página en un continente virtual de la libre información (paraíso mediático).

 

Desde 2007, #Wikileaks se ha convertido en trending topic, al parecer perenne, sobre todo desde el momento en que los periódicos The Guardian, The New York Times, Le Monde, El País y Der Spiegel comenzaron a retuitear su información. (En México, La Jornada comenzó a publicar los cables en una segunda etapa.)

 

La sociedad enredada tomó partido por #Wikileaks al confiar en el trending topic del momento: Julian Assange. Es normal que la sociedad opte por confiar en quien entrega información y no en quien la esconde, a pesar de que se trate de información reservada debido su naturaleza explosiva.

 

Un rasgo de Assange llamó la atención a David Leigh y Luke Harding, periodistas de The Guardian: su indiferencia sobre las consecuencias de revelar nombres de inocentes entre cables infiltrados. “Si les matan, ya sabían a lo que se exponían. Se lo merecen” (Wikileaks y Assanage, editorial Deusto, 2011). A partir de aquí el componente moral se integró a lo que hoy parece una novela cuyo nuevo protagónico es Edward Snowden. (Continuará)

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