En su toma de protesta, el doctor Enrique Cabrero, director general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) señaló que, a pesar de llegar tarde como país, México debe apresurarse para alcanzar la sociedad del conocimiento y remontar a contracorriente el rezago en materia de competitividad frente a otras economías. Parafraseando a Isaac Newton, la ciencia mexicana se enfrenta a la titánica tarea de derribar muros y edificar puentes.

 

Efectivamente, para alcanzar niveles de competitividad que nos permitan hacernos de un lugar más honroso en el concurso económico global es indispensable que nuestro aparato productivo incorpore procesos de innovación, y éstos sólo pueden ocurrir si se da aliento al proceso que se inicia con recursos suficientes para hacer ciencia básica de calidad, que provea la masa crítica (conocimientos y capital humano de alto valor) de la cual surja la transferencia que haga posible la creación o el mejoramiento de productos, bienes, servicios o procesos con valor agregado.

 

¿Existe un parámetro de financiamiento para garantizar ciencia básica de calidad? La respuesta es un sí rotundo. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha sugerido a los países miembros desde hace décadas que deben destinar al impulso, fomento y consolidación de sus sistemas científicos cuando menos 1% del Producto Interno Bruto (PIB) anual. México ha suscrito esta sugerencia pero no la ha cumplido.

 

Actualmente, el presupuesto destinado a la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la innovación se ha mantenido por debajo de 0.5% del PIB, y cuando las comunidades científica y empresarial han reclamado el cumplimiento de la otra mitad, aduciendo incluso que es un mandato en los artículos 9 Bis de la Ley de Ciencia y Tecnología y el 25 de la Ley General de Educación, reciben como respuesta que si ni siquiera ejercen tan limitado presupuesto, mucho menos sabrían qué hacer si les dieran el total de los recursos.

 

Lo cierto es que el Foro Consultivo Científico y Tecnológico ha demostrado, por citar un par de ejemplos, que en el caso del presupuesto del 2012 existen casi una decena de programas y proyectos, etiquetados y aprobados, que sin embargo no pudieron llevarse a cabo porque los recursos nunca llegaron.

 

Por otra parte, si se analiza el comportamiento del presupuesto del CONACYT (Ramo 38) en los últimos años, observaremos un detalle sorprendente: en 2012 se adjudicó a este ramo una partida presupuestal por 3 mil millones de pesos pero se destinaron al programa para la brecha digital (“apagón analógico”), de modo que quien efectivamente ejerció esos recursos fue la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y no el CONACYT. Entonces, tenemos que para fines prácticos el presupuesto del CONACYT en 2012 fue de poco más de 19 mil millones de pesos y, si se lo compara con los 25 mil 246 millones de pesos aprobados para este año, el aumento efectivo es de 28.6%.

 

Se trata del mayor incremento presupuestal de los últimos 10 años, lejos todavía de la recomendación internacional, pero aún así es un buen inicio. Es el más grande presupuesto hasta ahora recibido y, aunque no logra romper la barrera del ya mítico 0.5% del PIB, las comunidades científica, empresarial y de gobierno deben hacer lo propio para demostrar que, bajo esas condiciones de crecimiento gradual, México puede alcanzar la sociedad del conocimiento en una década.

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