Como si un partido de la NBA se tratara, los “ganadores” señalan como “perdedor” a John Boehner (líder republicano en la Cámara de Representantes). Levantar el brazo al ganador es una costumbre de corto plazo motivada por las emociones que detonan las decisiones políticas sustentadas en la confrontación. Dejando a un lado las ideologías políticas, la premisa de John Boehner no era irracional: el financiamiento del gasto público a través de deuda es una bomba de tiempo, o si se prefiere, y apelando a los clásicos, no existen los desayunos escolares gratuitos. Alguien los tiene que pagar y ya sabemos lo que descubrimos cuando determinamos a la indeterminable figura de “alguien”. Algo más, decirles a los contribuyentes que proporción de ingreso futuro ya está contemplado hoy, para financiar programas, no es fácil de asimilar.
En el ajedrez del desgaste, no hay triunfos ni derrotas, existe el crecimiento silencioso en los grados de vulneración de los políticos. Es un hecho que en el reloj electoral de los republicanos lo tienen muy claro.
Pero regresando al tema del shutdown, el arquetipo subyacente elegido por el Tea Party para lanzar los dardos en contra, precisamente, del incremento en la altura del techo de la deuda del gobierno de Estados Unidos fue el Obamacare (programa financiado con deuda). Dicha ley que apunta a la protección de 48 millones de estadunidenses que carecen de seguro, o porque no tienen los recursos para pagar la prima o porque son excluidos por las aseguradoras por condiciones preexistentes (obesidad, historial médico, entre otras razones). El mandato democrático dio luz verde a la propuesta del presidente Obama: las dos Cámaras la aprobaron y el tribunal Supremo no encontró elemento alguno de inconstitucionalidad. A partir del primer día de octubre la intervención del gobierno en el mercado de las aseguradoras distorsiona el precio de los seguros con el objeto de que los ciudadanos sanos aporten dólares a favor de los enfermos. Y el primer día de enero de 2014 dejará de ser optativo el seguro.
Hasta aquí, las reglas del juego son claras; las estructuras de los tres poderes de Estados Unidos avalaron la ley (Obamacare).
¿En dónde estuvo el problema?
En tratar de renegociar lo que democráticamente se convirtió en ley. Sucede con los grupos minoritarios que invaden calles o cercan congresos por su malestar del mal llamado mayoriteo. Mayoritear es un eufemismo peyorativo de los que están en contra de las reglas democráticas. Perdimos, ni modo, a tomar las calles.
John Boehner no tiene gramos ni de locura ni de ignorancia. Tampoco es fanático de los Cristo-fascistas (como nombran Chris Hedges y David Neiwert a los del Te Party. Boehner es un político que utiliza a la estrategia como un arma de reconstrucción partidista. Entendió que la crisis de las dos semanas que vivió Estados Unidos le representaría un costo a corto pero no a largo plazo. Su objetivo es demoscópico. En las encuestas, el nivel de apoyo del presidente Obama no se encuentra correlacionado con los supuestos efectos del Obamacare. Variables como Siria se han colado en la regresión econométrica que representa la imagen de Obama: los números son negativos.
El problema para Boehner se encuentra en casa. Si el Tea Party se pone como único objetivo derrumbarlo, es factible que lo logre. De ahí la importancia que tendrán los legisladores republicanos cercanos a Boehner para arroparlo. Quizá Boehner ya conoce lo que ocurrirá durante las próximas horas y semanas.
Lo cierto es que en el modelo de Total Integración, la solución del problema político entre demócratas y republicanos, beneficia a todas las economías. Incluyendo por supuesto que a la china, cuyo gobierno es el principal inversionista en los bonos del Tesoro de Estados Unidos.