Lo he dicho antes: no soy pesimista en lo que tiene que ver con la cultura en nuestro país, en el entendido de que la cultura no es, en este caso, un término todoabarcante, antropológico, que se refiera a todas las producciones humanas no naturales, desde la cocina hasta la ingeniería o la política –ese es uno de los significados más comunes de la palabreja–, sino, más acotadamente, el entramado de leyes, instituciones y actividades que engloban a las artes, “populares” o de élite: el teatro, la literatura, o la danza, pero también la artesanía, los cómics o la música folclórica.
No soy pesimista, no. Creo que México tiene una indudable vitalidad cultural, que su estatus de país de moda es merecido; que seguimos siendo una potencia en ciertas disciplinas, casos de la plástica o la arquitectura, y que nos hemos convertido en potencia en otras, caso del cine. También me parece alentador lo que pasa con el teatro y con las editoriales llamadas independientes. Y creo que ese poderío creativo se debe a una combinación feliz de esfuerzos públicos –para bien y para mal, los dineros del Estado han sido el sostén principal de la cultura desde la primera mitad del siglo XX–, y privados, lo mismo de algunas grandes empresas que de ciudadanos entusiastas. Con todo, creo también que arrastramos unas cuantas lacras y retrasos: la hipertrofia burocrática, la corrupción que desde luego también campea en este ámbito, la imposibilidad de un acceso pleno a los bienes que son de todos por culpa del amafiamiento sindical.
Así que bien por la promulgación de una Ley de Cultura. El hecho mismo de que nuestros congresistas trabajen en ella y de que el Presidente esté por firmarla habla de una mínima conciencia de que no conviene bajar los brazos, de que hay por ahí algo que cuidar. Con todo, y a pesar de que es poco lo que sabemos todavía de este asunto a la hora de garabatear estas líneas, me brotan ciertas inquietudes. Me preocupa, fundamentalmente, que sea otra ley convertida en papel mojado: ¿de qué sirve “garantizar” el acceso a la cultura o hacerlo mandatorio cuando no se detiene la impunidad de los sindicatos, cuando no se toman medidas contra la corrupción o cuando de lo que no hay garantía alguna es de que los recursos van a alcanzar, porque ya sabemos dónde se mete el bisturí cuando vienen las crisis?
Me preocupa la muy mexicana tendencia a sobrelegislar, pues; a atascar lo que funciona en un pantano jurídico. A someter a la cultura a la tiranía de las buenas intenciones, tan peligrosas.
aarl