El 2 de mayo pasado, aproximadamente a las seis de la tarde, Kelvin Landry cruzaba hacia Estados Unidos por el puerto de San Ysidro a bordo de su Ford Expedition. Iba acompañado de Brittany González, Sacha Sims y Shaquoya Lewis. De pronto un perro empezó a ladrar como loco. Le pidieron pasar a una segunda inspección.

 

El can se detuvo en la cajuela. Los oficiales pidieron al conductor que la abriera. En la batería, al levantar la tapa, hallaron un paquete. Y otro, y otro más. Eran siete en total, repletos de una especie de cristales transparentes.

 

Hicieron una prueba y resultó positiva: metanfetaminas.

 

Siete paquetes de metanfetaminas, 3.2 kilogramos en total.

 

Aproximadamente a las 11:50 de la noche les leyeron sus derechos, los cuatro fueron arrestados. Lo primero que pidió uno de los investigadores, fue quitarles sus celulares y apagarlos o ponerlos en modo de avión (para que nadie borrara la información a distancia).

 

Tres teléfonos había dentro del vehículo, el de Landry, de González y Sims. Los investigadores se aseguran de tomar los dispositivos electrónicos de todos los que detienen en la frontera tratando de introducir drogas. Básicamente porque utilizan los smartphones y celulares desechables como pistas para perseguir a los cómplices de los traficantes.

 

Revisan los números telefónicos, las llamadas entrantes y de salida, nombres de los contactos, correos, direcciones, citas agendadas, mensajes, fotos y toda la información digital que guardan en sus memorias.

 

En este caso, las autoridades estadunidenses buscan los nexos entre los narcos mexicanos y los estadunidenses. Quieren hallar las direcciones que visitaron antes de llegar a la frontera y los puntos de destino. Buscan a los socios para conocer toda la red. Las fechas y los movimientos que deriven en un patrón. Lo anterior porque las autoridades creen que entre los dos puntos de la frontera hay vigilantes que dan órdenes a los que meten la droga, que van dando instrucciones al conductor para moverse en el momento que consideran oportuno. Además de que toda la información digital contenida en los teléfonos sirve para reforzar las pruebas del delito cometido.

 

“Los traficantes de narcóticos y sus organizaciones usan teléfonos celulares, en parte, porque creen que las autoridades son incapaces de rastrear el origen y destino de las llamadas telefónicas”, dice uno de los agentes que investiga a estos sujetos detenidos hace unas semanas en la frontera de México con EU.

 

Es lo mismo que sucede con el escándalo PRISM, la gente todavía cree que nadie usa la información que tiene en sus computadoras, celulares, páginas de Facebook, Twitter y en sus correos electrónicos gratutitos, como indicador de sus gustos, personalidad y todo lo que sabe, conoce o le gusta. Estar en la red nos desnuda. Algunos dirán, no soy delincuente para que me tengan registrado, fichado. Es más, dirá, no tengo ni computadora ni email ni nada.

 

Sin embargo, poco a poco se dará cuenta de que sus huellas digitales, el iris de sus ojos y todos los datos biométricos y de personalidad que posee, están en una base de datos, propiedad privada o gubernamental.

 

Cuando usted se dé cuenta de lo que está pasando, otra vez, será demasiado tarde para protestar. El punto es que siempre queremos ver la tecnología como una cuestión de gadgets, como un asunto de cargar el smartphone de moda en la mano para sentirnos más poderosos e inteligentes, pero no nos gusta ver a la tecnología como un asunto de cambio social, de amenazas, de pornografía, de fraudes, de tráfico de drogas, de intrusión...

 

Cuidado: no todo es cuestión de ver la foto del nuevo teléfono y preguntar cuánto cuesta. No se distraiga (ahhh, y nada es gratis en este mundo).

 

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