Son personas con historias, decisiones y derechos, en condiciones de movilidad humana. Migran por razones múltiples: pobreza, violencia, desastres naturales, persecución política, cambios climáticos o sueños de una vida mejor. Desajustan la vida cotidiana y/o dan oportunidad de ennoblecer a una comunidad receptora.

Imposible negar, al mismo tiempo, el hecho paradójico según el cual algunas comunidades democráticas reivindican derechos de los migrantes y en general de los seres humanos, aunque la mayoría o segmentos muy importantes prefieren apartarlos de su camino o que los refugios para migrantes se construyan, sí, pero “en otra colonia”.

De acuerdo con estimaciones de la Agencia de la ONU para los Refugiados más de 117 millones de personas son migrantes. Las acciones humanitarias —comida, cobijo, atención médica— son tan necesarias como insuficientes.

La protección a todas las personas dentro del territorio, sin importar nacionalidad, estatus migratorio o trayecto, implica reconocer el derecho humano a migrar y crear condiciones reales de acogida que dignifiquen la experiencia del tránsito o del asentamiento.

Uno de los grandes fracasos de las políticas migratorias tradicionales ha sido su incapacidad de articularse desde la lógica de integración. Predominan incentivos y estrategias de persecución o expulsión como los demostrados con las medidas anti inmigratorias del vecino del norte. Para debatir, está la evidencia del éxito de Donald Trump, en la lógica de su propia agenda y el vínculo con su base social, de haber disminuido la migración indocumentada en más de 90 por ciento en menos de seis meses y el respaldo ganado mientras lo pierde por las medidas económicas erráticas.

El trabajo humanitario requiere evolucionar. Ni mera caridad ni pura contención. En la CDMX, la jefa de Gobierno, Clara Brugada, impulsa un modelo de integración al núcleo social. El objetivo: ninguna persona obligada a vivir en las calles.

La Coordinación General de Atención a la Movilidad Humana de la capital nacional, a cargo de Temístocles Villanueva, ha establecido un sensible protocolo para la atención de asentamientos en espacios públicos. A la fecha más de 2 mil 500 personas han sido reubicadas en espacios dignos.

El modelo clásico de albergues —un cuarto con colchonetas, baños insuficientes y una olla común— alivia. Es necesaria, además, la gestión de espacios con servicios básicos garantizados, seguridad jurídica, rutas claras para la regularización, convivencia multifamiliar y alguna privacidad y mecanismos efectivos de protección contra violencias.

No basta con dar techo, hay que ofrecer piso para volver a proyectar la vida. Cierto que la pregunta de los connacionales no desaparece: ¿tendrían más oportunidad de trabajo formal los migrantes que los más vulnerables locales de la calle?

 

    @guerrerochipres

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