Twitter no es un celador para nuestro cerebro. Por el contrario, es una grieta libertaria. Sin embargo, el Big Brother Olímpico, Sebastian Coe, se ha encargado de llevar tuits a la cárcel. Maléfica metáfora de una persecución sin límites sobre atletas que lo mismo tuitean nombres de marcas no autorizadas que palabras que emergen del pozo de su inconsciente. George Orwell tendría que resucitar para darse cuenta que nuestra época ya superó a la suya en cuanto a vigilancia se refiere. No necesariamente es política (que existe) sino más bien comercial. De ésta manera nacen los celadores de Twitter.
“Twitter puede mermar las opciones de medalla”, advirtió el Big Brother del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Londres, Sebastian Coe. Era el 30 de julio y para ese día la atleta griega de triple salto, Paraskevi Papachristou, ya se encontraba en casa. Unos días antes ingresó a su cuenta de Twitter a través de su iPad para escribir: “Con tantos africanos en Grecia…los mosquitos del oeste del Nilo comen por lo menos comida casera”.
Si la regla moral se extendiera a toda la atmósfera olímpica, los autodenominados cómicos de Televisa tendrían que estar de regreso en México.
Twitter no es un celador para nuestro cerebro. Por el contrario, es una grieta libertaria. Seduce a la parte más profunda del inconsciente del ser humano para extraer sus rasgos más inhóspitos. El racismo siempre se ha tolerado a través de los clichés.
Sofie Peeters realizó un documental sobre las agresiones verbales que reciben las mujeres en las calles de Bruselas (http://www.youtube.com/watch?v=Xvf6KZ-Kr3g) y utiliza Twitter para distribuirlo. El periódico Le Monde se interesó sobre el tema y el día de ayer apareció un amplio reportaje en su edición impresa. En la primera escena del reportaje, un individuo se acerca a una mujer para invitarla a tomar una copa. Un segundo después le pide que la acompañe a casa.
Al ingresar a la cuenta de Sofie Peeters (@sophie_gourion) el tuitero podrá darse cuenta en su perfil respecto a la preocupación que mantiene sobre los comentarios que circulan en las redes sociales. En uno de sus tuits, tiene un vínculo que lleva a un documento de la Universidad de Cambridge, cuyo título es ¿Por qué suprimir a un amigo en Facebook? La diferencia de edades, asegura el documento, convierte la relación cibernética en algo más que vulnerable.
Twitter toma la forma del pensamiento humano. Rompe con la horma gregaria del paradigma mosquetero donde el “uno para todos y todos para uno” elimina grados de libertad y de competencia.
Dawn Harper se reveló al Big Brother de Londres. Como credencial de presentación tiene oro olímpico y bronce mundial en 100 m vallas. Una mañana olímpica desayunó su dieta especial, cogió su teléfono, se cubrió la boca con un papel en el que escribió “Rule 40” y se retrató. Unos segundos después colgó la foto en su cuenta de Twitter. La regla 40 está hecha para cuidar a los intereses de los patrocinadores olímpicos. Prohibido asociar a cualquiera de los más de 10 mil atletas con marcas que no sean las de Coca Cola, Atos, Procter&Gamble, Acer, Dow, General Electric, McDonald´s, Omega, Panasonic, Samsung, Visa (dueños del espíritu olímpico) y sus agregados amistosos, Adidas, BMW, British Airways, BP, EDF, Lloyds y BT.
Inclusive, la regla 40 logra proteger a los porristas especiales Adecco, Arcelor Mittal, Cadbury, Cisco, Deloitte, Thomas Cook y UPS. Si por alguna razón el futbolista de las Chivas, Marco Fabián, utilizara una mochila con el logo de la empresa que con placer los mexicanos la convierten en llanta en el interior del estómago, Bimbo, el Big Brother, don Sebastian Coe, estallaría en cólera. Si por alguna situación la marca encargada de pintar los dientes de blanco (Colgate) se le ocurriera aparecer entre los utensilios de Michael Phelps, Procter&Gamble, poseedora de la marca Crest, llevaría a sus abogados al escritorio de Big Brother para ajustar números y palabras de los contratos. El caso contrario es cuando el Gran Hermano respira profundo al el momento de ingresar a la página de Facebook de Phelps, pues en ella encuentra el nombre de Visa y Head & Shoulders (P&G) en muchos momentos.
Cómo decirle a Usain Bolt, el atleta jamaiquino campeón de los 100 metros, que no puede tuitear a sus 700 mil seguidores la fotografía en la que aparece (gracias a un poderosísimo contrato publicitario) junto a un refrigerador repleto de las famosas botellas coloridas de Gatorade, porque de hacerlo provocaría erupción en la piel de Big Brother.
Todo indica que en los Juegos Olímpicos no existen las casualidades (berrinches) de la libertad de los atletas.
La publicidad es una herramienta metaconstitucional cuyo poder borra las garantías individuales, y a quien no le guste, que se retire a un campo espiritual ausente de pasarelas, espectaculares y anuncios televisivos.
Dawn Harper alimenta al hashtag #Wedemandchange (pedimos un cambio) y, por supuesto, #rule40.
Uno de los tuits alusivos a la fotografía de Dawn Harper, lo hizo un atleta de los ochenta, Nick Symmonds: “Un gran resumen de cómo muchos se hacen ricos utilizando la mano de obra gratuita de los atletas olímpicos”.
El Big Brother sostiene que la Regla 40 beneficia al espíritu olímpico al evitar una sobrecomercialización. Si uno lee la guía olímpica, se encuentra con ridiculeces surrealistas. Pero sí, Big Brother tiene razón porque la carta olímpica a la letra dice que el objetivo es “proteger contra el ambush marketing (publicidad parasitaria), evitar la comercialización no autorizada de los Juegos y proteger la integridad de la actuación de los atletas durante los Juegos”.
El pasado 30 de julio la atleta estadunidense Sanya Richards-Ross, doble campeona olímpica enfurecida por el control publicitario, declaró durante una rueda de prensa: “Aquí se mueven seis mil millones de dólares. Yo tengo mucha suerte porque lo hago bien, pero muchos de mis colegas tienen que luchar para mantenerse”.
En los Juegos Olímpicos de Pekín (2008), Twitter ni siquiera logró la medalla de bronce. Tenía seis millones de cuentas en todo el mundo. Ahora, tiene un poder para mover a masas gracias a las 140 millones de cuentas. Londres será recordado como el primer Socialolympics por su vinculación a las redes sociales. El día de la inauguración fueron enviados 10 millones de tuits, una cifra superior a la sumatoria total de Pekín 2008.
Los atletas con el mayor número de seguidores son: Lebron James (basquetbolista) con 5.6 millones; Pau Gasol (también basquetbolista) con 1.2 millones y el tenista Novak Djokovic con 1.1 millones. Twitter los acerca a sus fans. “Nunca hemos estado tan cerca de los deportistas como en estos Juegos”, declaró Michael Rake, presidente de la telefónica BT, empresa que invirtió 60 millones de libras (mil 200 millones de pesos) para multiplicar la capacidad de las redes en las sedes olímpicas (cuatro veces más de la capacidad utilizada en Pekín). Lo anterior tiene una traducción técnica implacable: BT ofrece 60 gigabits de información durante algunos momentos de los Juegos (equivalente a tres mil fotografías por segundo).
La capacidad de la banda ancha sirvió para instalar un Wi-Fi para los 85 mil asistentes al estadio y para los 2 mil 818 departamentos de la Vila Olímpica. En las 23 pantallas instaladas en las calles de Londres, se congregarán 16 millones de personas a lo largo de los Juegos.
Después de haber perdido el partido eliminatorio frente a Corea del Sur, el jugador de futbol suizo Michel Morganella, estalló en cólera. Sumido en la desesperación entró a los vestidores y antes de bañarse sacó su teléfono de la maleta para escribir un tuit: “¡Voy a dar una paliza a todos los coreanos del sur!” Acto seguido le llegó un comunicado de Big Brother. Su boleto a Suiza estaba listo en la Villa Olímpica.
Desde Estados Unidos, el Gran Hermano desconectó la cuenta de un periodista debido a las críticas que hizo, a través de tuits, a las transmisiones de la empresa NBC.
Nacen los celadores de Twitter. La tecnología lo permite. Los espeleólogos de la moral bajan al estado concupiscente del ser humano para taladrar la zona. Con 140 caracteres los atletas pueden quedarse sin participar y, al mismo tiempo, convertirse en protagonistas de lo peor de los Juegos.
George Orwell tendría que resucitar para presenciar un mundo mucho más vigilado del que vivió.
@faustopretelin