La pregunta no es si Francisco tiene rasgos conservadores o progresistas, un paso atrás, la pregunta es si Jorge Mario Bergoglio resolverá las crisis de corrupción moral y financiera que encontró sobre su escritorio.

VatiLeaks no es WikiLeaks, o si se prefiere, Julian Assange no es Paolo Gabriele. La diplomacia y el ejército estadunidenses dejaron a su paso múltiples nodos de información bajo candados vulnerables. Así lo demostró el soldado Bradley Manning. Caso contrario es el Vaticano. Antes que nada es el imperio de la secrecía. Paolo Gabriele abrió candados pero no logró entregar el banco de información a periódicos como La Repubblica, Le Monde o El País. Gabriele simplemente se convirtió en la metáfora de los supuestos que comenzaron a corren desde hace años por el mundo: en las grandes finanzas casi siempre cabe la corrupción.

 

Las páginas dominicales del New York Times trataron de confirmar la batalla entre reformistas y romanos; cardenales de la periferia vaticana, particularmente de América, en contra de los italianos que conocen la tinta de los archivos del Vatileaks (económicos) así como las historias morales incubadas en la pederastia. Unas horas después del domingo pasado hablé con José Barba para explorar el tema. El planteamiento de la batalla que confirma el Times es seductor, sin embrago, José Barba invita a replantear una de las palabras del anuncio de la batalla. ¿Reformistas?

 

José Barba me propone iniciar un ejercicio que consiste en elaborar una tabla en cuyo eje vertical describa los nombres de los cardenales que encabezaron la lista de papables, y en el eje horizontal un conjunto de variables “reformistas”, que no son otra cosa que los temas que incomodan a los ortodoxos, por ejemplo, el celibato, el aborto o el papel de la mujer.

 

Barba, inteligente y conocedor del tema, supo de antemano que el ejercicio no duraría más allá de cinco minutos. Es un sueño intentar formar una frontera sólida entre reformistas y conservadores; los matices varían entre Bergoglio, Scherer, Ouellet, Scola y Schönborn. Pero de matices no se puede levantar un muro fronterizo. Imposible cambiar los cimientos elegidos por Juan Pablo II, con los que construyó el colegio cardenalicio.

 

Una vez que el humo blanco esbozara el nombre de Jorge Mario Bergoglio, me comunico con José Barba.  ¿Entonces, le pregunto, qué se espera en el futuro inmediato? “En éste momento no espero grandes cambios en temas como el celibato, el aborto y el papel de la mujer en la iglesia (…) lo que es cierto es que el Papa le dará entrada al Vaticano a la Compañía de Jesús”. En efecto, Juan Pablo II se rodeó del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo. Las batallas en la iglesia católica son duras, me dice José Barba, “recuerdo una entre el Opus y un grupo masón, éste encabezado por un cardenal venezolano, hacia finales de los 90”.

 

Sobre Francisco I, Barba sostiene que muy pronto le van a sacar el rol que tuvo durante la dictadura de Videla. Así como Franco en España y Pinochet en Chile, Videla recibió el apoyo incondicional de la iglesia. Treinta años después, los jueces argentinos continúan aplicando penas en contra de militares.

 

En una interpretación personal totalmente subjetiva, la voz de José Barba revela una cierta esperanza. La periferia romana siempre ayuda a mirar la totalidad del bosque. La esperanza, quizá (otra interpretación subjetiva), la sustente en los jesuitas, una institución más cercana a la realidad.

 

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