Al inicio de The World's End, tercer largometraje que da cierre a la llamada Trilogía Corneto -anteriores Shaun of The Dead (2004) y Hot Fuzz (2007), todas dirigidas por Edgar Wright y escritas por Simon Pegg- el audio se inunda con Loaded, de los escoceses Primal Scream. La canción no sólo viene al caso por ser una de las que inauguraría la década de los noventa, sino porque en su letra encierra el anhelo incumplido de una generación que terminó encerrada en un cubículo, con una corbata y una computadora al frente.
Queremos ser libres, libres de hacer lo que queramos, drogarnos y pasar un buen rato. Aquel mantra de los Primal Scream ha perseguido por casi veinte años a Gary (Pegg), soltero cuarentón que un buen día decide reunir a su viejo grupo de amigos -ahora todos oficinistas con responsabilidades- para cumplir una misión que en sus días de estudiantes quedara trunca: completar 'La Milla Dorada', maratón etílico que consiste en visitar doce pubs de su natal Newton Haven en una misma noche, bebiendo una pinta en cada escala hasta completar el recorrido en el mítico pub que da nombre a la cinta.
Lo que inicia como una típica comedia de reencuentros generacionales -The Hangover (Phillips, 2009) pero a la inglesa- se va transformando poco a poco hasta mutar no sólo de género sino hasta de intenciones, haciendo patente el tedio de una generación pero sin dejar de atacar sistemáticamente todo aquello que huela a conformismo, alienación o corrección política.
Gary logra reunir a sus amigos, quienes a regañadientes aceptan hacer el viaje de nostalgia no sin criticar la actitud un cuanto tanto infantil de su amigo, quien pareciera no aceptar -tal y como ellos ya lo han hecho- que la adolescencia pasó y que las responsabilidades, la sobriedad y el formar una familia son parte ineludible del crecer. Es aquí donde la cinta hace un giro radical y se convierte en una película de terror fantástico con tintes de acción: Gary y los demás se dan cuenta que el extrañamente apacible Newton Haven ha sido invadida por una especie de robots alienígenas, réplica de los habitantes del lugar vueltos aquí soldados en una misión de suplantación y obediencia en pos de la modernidad y el avance de la humanidad.
Ante la amenaza, todo el grupo sabe lo que tiene que hacer: seguir bebiendo, en un intento por pasar desapercibidos, aunque en realidad es justo la fiesta, el gozo y la bebida lo que los hace tan diferentes a los demás.
En tiempos donde comer una ensalada es lo políticamente correcto y la botellita de agua bajo el brazo es el tótem de esta nueva "sociedad verde", viene una película a decirnos que el acto más revolucionario que puede haber es salir en la noche a un pub, platicar con tus amigos y beber cerveza. Ese sólo hecho hace de este filme no sólo una agradecible anomalía, la hace casi merecedora a todas las alabanzas.
La alegoría, aunque básica, es manejada con bastante inteligencia por Pegg y Wright quienes en medio de la comedia y las escenas de acción (por cierto muy bien filmadas), siguen haciendo farsa, crítica y mofa de una sociedad cada vez más alienada, complaciente y aséptica.
Filmada con ritmo vertiginoso, sin que el argumento caiga nunca en el machismo inherente a este tipo de cintas, tanto Pegg como Wright entienden las implicaciones de su argumento, entienden que al final, por efectiva que sea la metáfora, tienen que asumir el difícil proceso de crecer y dejar de ser adolescentes. Asumirán las consecuencias no sin dejar antes en claro que en medio de tanta locura y alienación, lo más sensato e inteligente sigue siendo beber una buena cerveza.
Alcemos los tarros, amigos, y digamos salud.
The World's End (Dir. Edgar Wright)
3 de 5 estrellas.