“Una sombra recorre la detención del Z-40: es la sombra del gobierno de Estados Unidos de América”. O por lo menos ha estado ahí, en todo momento, como sombra fatal: ¿Que fue el sistema de inteligencia del gobierno estadunidense el que alertó al gobierno mexicano del lugar y hora en el que habría que detener al Z-40? ¿Que fue la DEA? ¿Que lo ubicaron los drones?
Cuando a los funcionarios de la justicia mexicana se les pregunta si el gobierno de EU intervino en la detención de Miguel Ángel Treviño, el Z-40, la madrugada del lunes 15 de julio, a unos 27 kilómetros al suroeste de Nuevo Laredo, Tamaulipas, o deciden no contestar o utilizan eufemismos como el que “no recibieron ayuda concreta del gobierno de EU”.
Todo esto es resultado de los acuerdos de apoyo para asuntos de seguridad (nacional) y en contra del crimen organizado, renovados durante la visita del presidente Barack Obama a México el 3 de mayo pasado. Acaso lo dejó claro en el discurso en el que hizo alusión al buen entendimiento de su gobierno con el del ex Presidente Felipe Calderón y en busca de que estos acuerdos se mantuvieran y aun se incrementaran con el nuevo mandatario.
Había temor en EU por el cambio de actitud del nuevo gobierno mexicano.
Representantes del gobierno estadunidense comenzaron su alboroto desde noviembre del año pasado. Querían mantener los acuerdos y la colaboración con México en materia de seguridad -su seguridad nacional- y contra el crimen organizado que durante el gobierno pasado costó más de 60 mil vidas, al puro estilo americano y con el beneplácito del Presidente Cruel.
Tan pronto tomó posesión Peña Nieto llovieron los mensajes desde EU e, incluso, cuando vino a la ceremonia juramental en noviembre-diciembre del año pasado, el vicepresidente, Joe Biden, habló en privado con Peña Nieto sobre “comercio”, se dijo, aunque el tema central fue el de la seguridad y los protocolos y la “mutua colaboración” existente.
Para el 13 de diciembre ya estaba por aquí Janet Napolitano, la secretaria de Seguridad Interna estadunidense que vino por tres días a México para tratar temas de seguridad y “comercio” con miembros del nuevo gabinete mexicano. Se reunió con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien dijo que le demandaría un “trato igualitario y de respeto a la soberanía de México”.
En Washington seguía esa alharaca, la misma que se trasladó a los medios estadunidenses que insistían en que el nuevo gobierno de México podría rechazar la holgura con la que “se trabajaba con Calderón”.
Al fin, luego de la visita de Obama a México y de sus pláticas con Peña Nieto y del cabildeo previo, aquel estruendo terminó. No más desgarre de vestiduras estadunidenses. La cosa se había arreglado…
¿Cómo? Pues se acordó continuar con el apoyo y los sistemas y protocolos ya establecidos, aunque, de otro modo, lo mismo. Y algo se percibe.
En la detención del señor Miguel Ángel Treviño, Z-40, no hubo un solo disparo, no se le dio muerte -como sí ocurriría durante el pasado sexenio-. Se le trató con la consideración de un presunto criminal al que no se ha juzgado culpable y a quien o se le juzga aquí y, en caso de encontrarse culpable de los delitos que se le imputan deberá purgar condena en México, aunque sus compañeros podrían buscar la forma de rescatarlo o se le juzga y se cumple el acuerdo internacional con el gobierno de EU para extraditarlo a aquel país en donde podría ser juzgado por delitos de índole diversa.
Pero, a modo de lo que ocurre con narcotraficantes en Texas con menos de 150 libras de droga, saldrá pronto si, como hoy se sabe, pudo ser informante de la DEA desde 2011 (v. 24 HORAS, 18-VII-13) y esa pudo ser la negociación: detenerlo en México, juzgarlo, extraditarlo para entregarlo a quienes pudieron ser sus USA connections. Ya lo sabremos.