LA HABANA. José Mujica Cordano se acomoda a un lado de Enrique Peña Nieto. Se abrocha un botón del saco que apenas si le cierra. Se le desabrocha en un instante. El presidente de México toma la insignia del Águila Azteca en grado de collar y la cruza por sobre la melena del mandatario de uruguayo.

 

«|Un gran amigo de México!», grita Peña, para que lo alcancen a escuchar los más de cien invitados que colman uno de los salones del hotel Meliá.

 

Mujica ve el collar. Sonríe: «Me va a perdonar, yo ni siquiera uso corbata; estoy medio cohibido…», dice, al tiempo que avanza unos pasos hacia el atril desde donde agradecerá la máxima presea que otorga el gobierno de México.

 

«Don Enrique…, me tocó ser muchacho cuando Jorge Negrete y su música llegaban al río de la Plata…», comienza.

 

Desde la mesa principal, Enrique Iglesias (ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo) asienta. Suyos son también los recuerdos de aquella época que Mujica ahora evoca: «Cuántos latinoamericanos perseguidos recalaron en el pabellón mexicano…, cuántos exiliados del mundo recogió México…

 

El canciller José Antonio Meade y el embajador Juan José Bremer no pierden palabra.

 

Frente a ellos –en la mesa número dos-, el vicepresidente de la Academia de Ciencias de Cuba, Fidel Castro Díaz-Balart (hijo del líder de la revolución cubana y vívida estampa de él); el escritor Leonardo Padura (autor de El hombre que amaba a los perros); Eusebio Leal, quien preside el grupo de Amistad y es el gran impulsor de la renovación de La Habana vieja; Moraima Clavijo, directora del Museo de Bellas Artes, Leo Brouwer, gran figura de la música clásica, atestiguan el momento.

 

El periodista Jacobo Zabludovsky está con ellos. Es ‘la mesa’, apuntan los colegas, al tiempo que el presidente de Uruguay subraya por segunda ocasión: «Nunca el hombre ha tenido tanto, ni acumuló tanto conocimiento, pero no puede gobernarse a sí mismo todavía. Sigue pensando en la letra chica… Tal vez nunca ha habido tantas gente infeliz», se duele.

 

La voz del galardonado resulta entrañable. Pregunta: ¿Cuál es el papel de este animalito arriba de la tierra? ¿A dónde va nuestra humanidad?

 

Las preguntas se suceden. Escuchan en profundo silencio lo mismo el cineasta Agustín Peralta y la historiadora Lilian Moreira, que los futbolistas Héctor Hugo Euri y Walter García, que las artistas más famosas de la isla: Daisy Granados y Mirta Ibarra.

 

Mujica está por concluir el improvisado discurso con que agradece el Águila Azteca. Por su pensamiento revolotean imágenes de un mundo que se está apretando y en el que tendremos que andar más cerca.

 

Un mundo, diría adolorido, que sustituyó el colonialismo por el bolso de compras, la tarjeta de crédito, los aparadores y el llanto…

 

La salida frente a ese egoísmo, remataría: Construir un futuro con libertad y fraternidad.

 

Los aplausos –esos que se regatearon en la Cumbre de la Celac de la que se dieron su escapada Peña Nieto y Mujica-, reventaron en el salón.