Los efectos de las políticas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, van a ser largos y profundos en México. Lo hemos notado en los primeros días con la firma de las órdenes ejecutivas al ver cómo se modifican indicadores económicos y de gobierno.
Pero quizá donde debemos hacer un alto y repensar la respuesta es en cómo la sociedad enfrenta o acoge a las personas que ya resultan damnificadas de esa sacudida que viene desde la Casa Blanca.
Más allá de las relaciones económicas y políticas, para mí lo preocupante quizá es que exacerbe las caras xenófobas y discriminatorias que ya tenemos. Y deberíamos hacer un frente común para que esa división a rajatabla —ellos contra nosotros, buenos contra malos, norte y sur— no sea un patrón que reproduzcamos.
En los próximos meses se espera que una buena cantidad de personas que migran o que migraron encuentren un obstáculo más sólido con las puertas cerradas por completo en Estados Unidos y redadas frecuentes, como ha anunciado Donald Trump. Lo vimos en el periodo de gobierno anterior de Trump, cuando personas de distintas nacionalidades toparon con un muro y quedaron varados en México, un país que solo consideraban de paso.
Los efectos se notaron casi de inmediato en los albergues, en los mercados, en las ciudades que se habían habituado a esos vecinos temporales siempre y cuando fueran eso, temporales. Pensando en eso hablé con algunas organizaciones que durante años han trabajado con las personas en situación de movilidad y sus distintos grados de vulnerabilidad. La duda genuina era saber cómo vivían esta segunda oleada de personas, esta segunda vez de puertas cerradas.
Lo que encontré es que la realidad tiene años de haber cambiado y las organizaciones sociales cambiaron el enfoque. La estrategia es vincularlos con la comunidad. Integrarlos, crearles una sensación de haber llegado a casa.
Gabriela Hernández, quien está al frente de Casa Tochan no transmite en la entrevista desesperación y remarca que las personas ejercen un derecho. “La necesidad es la que los hace buscar. Es gente que busca refugio, que muchas veces viene huyendo. No tienen opción”.
Raúl Caporal, de Casa Frida un refugio para la comunidad LGBT enfatiza ese impulso de sobrevivencia. No hay más opciones, por lo tanto los muros tampoco van a retenerlos mucho tiempo. “(Las personas migrantes) No vienen desde el deseo de una mejora económica. Vienen tratando de sobrevivir”.
Por eso ambos plantean un enfoque en el que la posibilidad sea emplearlos, integrarlos a la comunidad. Algunas personas que migran se lo preguntan. “¿Y si aquí termina el viaje?”. Las barreras son varias, además de la xenofobia y el rechazo. Son trámites burocráticos y problemas para tener documentos, cuentas de banco…
Pensar en una modificación o una aproximación distinta hacia las personas migrantes en México podría diferenciarnos profundamente de las políticas de Donald Trump.
Eso nos daría un valor como país y democracia que deberíamos aquilatar mucho más. Ser un país más humano debería ser prioritario.
@Micmoya