Esteban Reyes era un tipo feliz. Silbaba todo el tiempo y por eso le decía Pajarito. No le faltaban razones, según compartió su hija en una entrevista que le hicieron en 2013, cuando su padre se enfilaba a cumplir 100 años, no le hacía falta lograr nada. Había sido un exitoso deportista, había ayudado a formar a una generación de tenistas que dio brillo a México, fue un fue esposo y padre.
El Pajarito murió ayer cuando se enfilaba a cumplir 101 años. Su corazón no dio más. Detrás de él deja un legado en la formación de tenistas y el sueño inconcluso de popularizar un deporte que en México es prácticamente de elite, al existir muy pocas canchas públicas para su práctica.
Bien lo sabía don Esteban. Él fue hijo de un peón en un rancho michoacano. Su acercamiento al tenis fue por necesidad. Contó en otra entrevista que su familia era tan pobre que tenía que buscar entre la basura para llevar algo a la mesa. Un día se enteró que en el Club Tacubaya había trabajo. Requerían recogebolas. La paga es mínima y había que dormir en el club, en un petate, porque la actividad comenzaba en la madrugada, alistando las canchas.
Así comenzó el amor, o más bien la pasión, que sintió por ese deporte. Como no lo dejaban jugar hizo unas raquetas de madera para él y su hermano y así, imitando lo que veía, aprendió mirando a los mejores tenistas de México en ese entonces, los que jugaban la Copa Davis. Y se dijo que un día estaría ahí.
Reyes compitió por primera vez en un torneo nacional y lo ganó, y después de eso comenzó a volverse famoso por su tenis y por el hecho de su origen humilde. Sus resultados lo llevaron al equipo Copa Davis, con el que tuvo un debut desastroso, pero con el que consiguió la hazaña que fue en su época ganar el primer punto de un equipo mexicano ante Estados Unidos. Fue en 1935, jugando el quinto punto ante Gene Mako.
En 1941, a los 28 años, se retiró de las competencias molesto porque se le cerraron las puertas en el equipo de Copa Davis y decidió convertirse en entrenador. De su academia salieron figuras como Gustavo Palafox y Marcello Lara, pero sobre todo Rafael Osuna, el mejor tenista que ha dado México, campeón del Abierto de Estados Unidos en 1963 y es el único mexicano que ha llegado a ser número uno mundial.
Reyes era un hombre de trato amable, orgulloso de su origen humilde y de sus logros, con ángel para enseñar a los niños, quizá recordando a aquel chico que a los seis años descubrió un amor, una pasión que le duraría toda la vida.