El actor británico Anthony Hopkins fue muy contundente cuando en una ocasión declaró en una entrevista que “el poder y el dinero no cambian a la gente, sólo les quita la necesidad de fingir”. Y eso, a grandes rasgos, fue lo que le ocurrió al expresidente López Obrador, pero principalmente a sus hijos y a su esposa, la ex no primera dama Beatriz Gutiérrez Müller. Una vez que el tabasqueño juró como Presidente de la República, el 1° de diciembre de 2018, prácticamente toda su parentela pasó de vivir en la medianía a convertirse en prósperos empresarios y en opulentes aristócratas de la sociedad mexicana.

Algo así como los Beverly de Peralvillo (El Bigotón, El Borras, La Pecas, Doña Chole…) que de 1969 a 1973 nos arrancaron muchas risas con sus socarronas peripecias.

Nada más que con la familia real tabasqueña no hay risas, sino todo lo contrario: Coraje, enojo, indignación… ¡y un encabronamiento inmenso!, pues lejos de vivir bajo el precepto de la llamada “austeridad republicana” (un verdadero mito genial que sólo aplica, existe y permea entre aquellos que conforman el primer escalón de la 4ª Transformación) la realidad es que de manera inexplicable y en tiempo récord han logrado colarse y codearse entre las filas de los aspiracionistas más aspiracionistas y los fifís más fifís.

¿Alguien recuerda, cuando se dio a conocer la noticia de que Obrador ya era el Presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos para el periodo 2018-2024, una entrevista en la que José Ramón López Beltrán declaró que no tenía trabajo (al igual que sus hermanos “Andy” y Gonzalo) y que no sabía a lo que se iba a dedicar en el futuro inmediato? Pues vayan ustedes a saber a lo que se dedicó bien a bien el primogénito del santo patrono de las causas obradoristas, pero la diosa fortuna le puso en su camino a una señora que “al parecer tiene dinero” y de ahí pa’l real pudo irse a vivir a una mansión en Houston, Texas, se fue de vacaciones a todo mecate en Aspen y en Europa y hasta se dio el lujo de organizarle su fiesta de XV Años a su hijastra en el salón de fiestas más exclusivo de Culiacán, Sinaloa. Y mientras, sus hermanos “Andy” y Gonzalo, como por arte de magia, de la nada pues, se convirtieron en unos prósperos empresarios chocolateros y cerveceros. Tan bien les va a estos muchachos, que no les cuesta nada irse de shopping a Tokio y meterse a las exclusivas tiendas de Prada, Balenciaga y Gucci mientras una nutrida comitiva de guaruras (pagados con los impuestos de los mexicanos) se encarga de que nadie se les acerque a importunarlos.

Y con el benjamín de la dinastía, Jesús Ernesto, las cosas pintan tan bien que a pesar de que su mamá y su papá provocaron una innecesaria reyerta diplomática con España, a quien le exigían una disculpa por la barbarie y las masacres cometidas durante la Conquista, ya empezó una nueva vida, instalado junto a doña Beatriz (quien ya consiguió la nacionalidad española… ¿no que los odiaba?) en el exclusivo barrio de La Moraleja, muy cerca de lo que será su próxima alma máter, la Universidad Complutense de Madrid, donde podrá presumir (sin temor a ser criticado) sus tenis Nike de miles de pesos, sus carteras Gucci y sus pulseras de diseñador.

¿Qué pasó entonces con eso de que “yo sólo tengo 200 pesos en la cartera”, “tenemos que acostumbrarnos a tener sólo un par de zapatos” y “a las universidades extranjeras sólo van a aprender a robar”?

En fin, la hipotenusa…

 

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