El ruido dentado de una motosierra rasga el silencio de la selva cafetalera. El sol es un espectro que se trasluce tibio entre azulillos y guarumbos, donde una bandada de urracas grazna al dar brincos entre las ramas, alterada por el ruido ajeno del motor de los talamontes .
Es mediodía y el aire es fresco y rebosante. El camino de tierra roja sigue un rastro de agujas de pino y bellotas de encino en cuya orilla algunos aún resisten.
Desde esta ruta se puede llegar a cuatro pueblos o caseríos lejanos del ejido de San Vicente de Benítez, en plena sierra del municipio de Atoyac, en la región Costa Grande de Guerrero: San Vicentito, La Estancia, La Soledad o El Estudio.
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Es una vía que se abre en sus estribaciones hacia bosques de niebla, donde los ocotes y los encinos abundan y son la codicia de los saqueadores de madera.
Los pobladores de acá, así le llaman a los pinos: ocotes. Ambos son árboles longevos y aromáticos que pueden llegar a medir 40 metros de altura y tres metros de grosor.
Los talamontes que pasan furtivos, de noche y hasta muy de mañana por la cabecera de Atoyac. Cruzan repletos, con 20 o 26 metros cúbicos de madera en rollo.
Es una caravana silenciosa e impune. No por el freno de motor que se oye a lo lejos, sino por el silencio que prefieren guardar acá ante el saqueo. No es para menos. Son los criminales de la región, “los de San Luis”, dicen acá, en presunta referencia al grupo delictivo Los Granados.
“SE LOS VAMOS A PAGAR”
“Esos canijos llegaron a mi casa”, dice Juan, un hombre de mediana edad de uno de estos pueblos, en alusión a los presuntos criminales, y me dijeron: “Venimos a decirle que tiramos sus pinos allá arriba. Vaya para que los cuente. Se los vamos a pagar”.
Por “allá arriba” se refiere a La Peineta, así le llaman a la montaña de niebla que está entre todos estos caseríos. Se mira a lo lejos, a más de 2 mil metros de altura.
–¿Cuántos árboles le tiraron?, se le preguntó.
–Unos 60–, contestó. “Bajaron tres troceros con mis ocotes. Por allá mira, por aquel claro. Pasan a lo lejos. Uno nomás los oye ya al atardecer”.
–¿Cuánto le pagaron?
“La primera vez que vinieron me dijeron que me pagarían a 550 pesos el metro. Subí, conté los que habían tirado y me bajé. A la semana regresaron y el mismo canijo vino y me dijo: ‘venimos a cerrar el trato. Ya no le vamos a pagar 550, le vamos a pagar 500 pesos el metro’. Se metió hasta acá. Nos sentamos aquí mismo. Venía armado y otros lo esperaron allá afuera”, recordó.
Trato con talamontes
Agregó que “le dije que ese no había sido el trato. Me dijo que era madera de tercera, que estaba rajada. Le alegué que no, que yo había subido y que mis árboles eran buenos, que su cortador fue el que no había hecho bien el trabajo. ‘Es eso’, dijo él y tuve que aceptar.
–¿Cuánto le dieron al final?, “Algo así como 25 mil pesos”.
En Atoyac, la cabecera del municipio, a tres horas y media de donde está el ejido de Juan, el calor agobia. Atoyac es un municipio grande, de los mayores de esta región.
En la parte baja pega con la costa y en la parte alta tiene bosques de niebla y selvas.
Don Manuel vive a orillas de la carretera que sube a la sierra de San Vicente de Benítez. Es de noche y toma café con pan en su corredor. El reportero lo acompaña. Fue invitado para eso, para ver los camiones troceros que bajan sobre las 19:00 horas y hasta muy de mañana del siguiente día.
Don Manuel conoce el problema. Es un tema común. En las fondas los comensales y en el mercadito central las marchantas. Es una preocupación cortante entre la población que no puede hacer más que lamentarse.
