Magaly del Rocío Pech Chuc, artesana originaria de Xpichil, una comunidad maya del municipio de Felipe Carrillo Puerto, en Quintana Roo, es parte de la séptima generación de bordadoras en su linaje. En este poblado de poco más de mil 200 habitantes, el bordado no es sólo una técnica, sino una herencia cultural que se transmite de generación en generación.
Desde su infancia, Magaly creció rodeada de hilos de colores y tejidos minuciosos, aprendió de su abuela y bisabuela, quienes, con paciencia y dedicación, le enseñaron este arte. En entrevista con este medio recuerda cómo, con el tiempo, fue enamorándose de cada pieza creada en su hogar, hasta hacer de esta tradición su oficio y su pasión.
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“Nos vestían con el hipil, el traje tradicional de los indígenas que ellas bordaban y, poco a poco, fui amando lo que portaba y empecé a aprender”.
Pech Chuc ha perfeccionado diversas técnicas tradicionales como el hilo cortado, punto de cruz maya, deshilado o calado y el bordado a mano con relieve. Estas técnicas se reflejan en la elaboración de hipiles y otras prendas como guayaberas, las cuales portan un simbolismo especial.
LIBRES Y NATURALES
Explicó que las flores representan la conexión con la naturaleza, las aves simbolizan libertad y protección, mientras que los patrones geométricos reflejan conocimientos ancestrales sobre la espiritualidad maya.
El trabajo de esta artista no sólo representa la identidad cultural de la comunidad maya, sino que también contribuye a la preservación del arte textil en Quintana Roo. En 2019, Xpichil fue declarado pueblo artesanal debido al alto número de familias que se dedican a esta actividad, consolidándose como patrimonio cultural del estado.
Ella forma parte del grupo comunitario Loo’l Pich (Bordado de Flor), donde 20 mujeres y cinco hombres apoyan a 18 familias de la localidad.
A partir de 2020, se reinventaron y comenzaron a vender sus productos en línea, lo que les permitió alcanzar mayor visibilidad y reconocimiento del trabajo que hacen.
Recientemente, el director del Museo de Cultura de Chicago mostró interés en su trabajo que conoció a través de las redes sociales y los invitó a un festival de exhibición en esa ciudad estadounidense, donde lograron vender toda su producción. Para agosto tienen programada una nueva presentación en Estados Unidos.
Cada pieza bordada puede tardar entre 15 y 25 días en completarse, ya que es una labor realizada en los ratos libres de las artesanas.
Las nuevas generaciones han mostrado interés en seguir la tradición, al identificar en esta actividad una fuente de ingreso para sus familias.
“Es una tradición que no vamos a permitir que se pierda”, afirmó Pech Chuc y destacó el compromiso de su comunidad con la preservación de esta herencia cultural.
