“Si este piso hablara”, dice en tono juguetón Irma Vanegas Arroyo sobre el domicilio ubicado en la calle de Penitenciaría, en pleno corazón de la colonia Morelos, que desde mediados de 1955, y por varios meses, fue el refugio de Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, una parte del grupo de combatientes que se embarcaron en el Granma y también el escondite de las armas utilizadas después en las batallas libradas en Cuba que terminaron con la caída de Fulgencio Batista.
A pesar de lo avanzado de su edad, la mujer enumera con entusiasmo los nombres de algunos de los cubanos que se instalaron en su hogar luego de que su hermano, el luchador Arsacio Kid Vanegas, aceptó preparar físicamente a los expedicionarios a petición del Kid Medrano, un luchador casado con la cubana María Antonia González y principal contacto de Fidel en tierras mexicanas.
“Había sólo dos catres allá en la imprenta (un taller ubicado al fondo del domicilio). Ahí, en el piso dormían Nico López, Juan Almeida, Calixto García, Julito Díaz, bueno hasta Fidel se acostó en el suelo. Estaban felices, estamos acostumbrados, decían”.
El primero en llegar a México fue Raúl Castro. Poco después, el 7 de julio de ese año, Fidel, entonces de 29 años, vuela a México desde Cuba, donde estuvo preso dos años tras el fallido asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953.
La llegada de Fidel a territorio mexicano se produjo apenas unos meses después de la visita a México del vicepresidente estadunidense Richard Nixon. La gira que incluyó a otros países de Latinoamérica, y realizada en representación del presidente Eisenhower, formó parte de una campaña para presionar a los gobiernos a combatir el avance del comunismo en la región.
El gobierno del entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines, empeñado en dar un tinte progresista a su gestión, culminaba en ese mismo año (1955) un proceso iniciado al principio de su mandato con la presentación de una iniciativa de reforma al artículo 34 de la Constitución para permitir a las mujeres votar y ser votadas.
En la clandestinidad, el departamento de María Antonia González, en la calle de Emparán 49, a un costado del Museo de San Carlos, se convirtió en un punto de reunión para los hermanos Castro y sus hombres.
Al sumarse Arsacio Vanegas al movimiento, el domicilio de la colonia Morelos pasó a ser un centro estratégico. En este lugar no sólo se fraguó la estrategia de ataque y se discutió sobre la historia de México y la de Cuba, también se imprimieron los bonos que servirían para financiar las acciones del grupo y que María Antonia, y el propio Fidel se encargaban de vender entre la comunidad cubana, gente “pudiente” radicada en diversos puntos de Estados Unidos.
En las habitaciones de techos altos y muros blancos de este inmueble de la colonia Morelos, en una pequeña máquina de coser de pedal, la madre de Irma Vanegas cosió las cananas, las capas y uniformes verde olivo para los expedicionarios.
En la imprenta heredada del abuelo Antonio Vanegas Arroyo, reconocido por haber editado los grabados de José Guadalupe Posadas, sirvió también para reproducir los primeros dos manifiestos en los que Fidel anunciaba la creación del Movimiento Revolucionario 26 de julio y la lucha que habría de iniciar en contra del régimen de Fulgencio Batista.
Las operaciones clandestinas realizadas en ese domicilio cercano al barrio de Tepito no habrían sido posibles sin la ayuda de “Belén”, un agente de la Dirección Federal de Seguridad, quien vivía a unas calles del lugar. ¿Por qué no vino la policía aquí?, pregunta Raúl Cedeño Vanegas intentando hacer recordar a su madre. “Porque Carmen, mi hermana, era su novia. Por ella no llegaron. Si no, hubiéramos ido todos a la cárcel”, responde doña Irma después de hurgar en su memoria.
A pesar del “salvoconducto” que representó esa relación, Fidel fue detenido y entregado a la Dirección Federal de Seguridad. Según el informe Conjura contra el Gobierno de la República de Cuba (actualmente en el Archivo General de la Nación) que elaboró Fernando Gutiérrez Barrios, entonces capitán de la polémica agencia de inteligencia del gobierno, la captura ocurrió en el cruce de las calles de Mariano Escobedo y Kepler, cuando el comandante y algunos de sus hombres viajaban a bordo de un Packard verde, modelo 1950.
Varias semanas después Castro y el Che fueron liberados gracias a la intervención del ex presidente Lázaro Cárdenas, cuyo apoyo al movimiento incluiría, años después, el envío a Cuba de una avioneta cargada con armamento, según el testimonio de Ángel Vanegas Arroyo, hermano de doña Irma.
Si este piso hablara
A salvo de aquella detención quedó el armamento oculto debajo de aquel domicilio. “El piso no era así, era como el de las casas antiguas, de madera sobre polines. Levantaron todo y enterraron las armas”, recuerda doña Irma.
Fue el propio Fidel quien buscó hacerse del armamento. En esta búsqueda llegó a la armería propiedad de Antonio del Conde, el Cuate, en la calle de Revillagigedo del Centro Histórico. En las frecuentes visitas al lugar, Fidel no sólo consiguió las armas, convenció a aquel hombre de conseguir un yate que finalmente compró en Estados Unidos. En El Granma, Fidel y sus hombres partieron desde Tuxpan hacia Cuba la madrugada del domingo 25 de noviembre de 1956.
Bien planchada y almidonada
De aquél hombre, mayor que ella por apenas unos años, doña Irma recuerda que se aparecía sobre todo en las madrugadas, los tres toques en la puerta así lo anunciaban. Platicaba con sus hombres y llevaba las armas al domicilio.
Tenía un gusto especial por el mole verde y el huitlacoche preparado por doña Pepita, su tía, dice con humor la mujer quien por momentos se extravía en sus propios recuerdos, pero que aclara con la ayuda de sus hijos y hermano, presentes durante la plática. “Le gustaban las camisas bien planchaditas, bien almidonadas, blancas, bien paraditas”.
El librero de la sala da cuenta de la estrecha relación con los Castro que continúa hasta la fecha, al margen de los accidentes diplomáticos que enfriaron el vínculo entre los gobiernos de México y el que encabezó Fidel desde 1959 hasta 2008, cuando fue relevado por su hermano Raúl.
En las repisas del mueble están las fotografías de las varias visitas que realizó Fidel a México. La primera, en 1979, a invitación del Presidente José López Portillo; en 1982, para la toma de posesión de Miguel de la Madrid y seis años más tarde para la investidura de Carlos Salina de Gortari.
Si bien estuvo presente en la toma de posesión de Ernesto Zedillo, fue precisamente durante esta administración cuando se produjo el primer desencuentro. En 1998, Fidel Castro criticó el acercamiento de México con Estados Unidos al declarar que los niños mexicanos reconocían más a Mickey Mouse que a los héroes nacionales.
En 1999, ambos mandatarios coincidieron en la apertura de la cumbre de la Asociación de Estados del Caribe. Ahí, Zedillo se sumó al bloque de países que intentó poner plazos a La Habana para la alternancia política.
El mandatario cubano estuvo presente en la toma de posesión de Vicente Fox, pero la asistencia y abrupta retirada del mandatario cubano en la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo, organizada por la ONU en Monterrey, en marzo de 2002, dio un giro a la relación diplomática.
Varios meses después Castro hizo pública una grabación en la que el panista le pedía ausentarse del encuentro para evitar roces diplomáticos con el entonces Presidente estadunidense George W. Bush.
Años más tarde, los desencuentros alcanzaron a las representaciones diplomáticas cuando en 2004 México retiró a la embajadora Roberta Lajous, y expulsó al representante de la isla, Jorge Bolaños.
Al final de su sexenio, Felipe Calderón realizó una visita protocolaria a la isla, en un último intento por recomponer la relación. El 29 de enero de 2014, Enrique Peña Nieto se entrevistó con el comandante en Cuba, en donde expresó los lazos de fraternidad y amistad entre ambas naciones y se refiere al comandante como “amigo” de México.