Mohamed Boulhel, autor de la masacre de Niza y considerado por el grupo yihadista Estado Islámico (EI) como uno de sus «soldados», no había dejado en su entorno ningún signo de radicalización religiosa, recuerdan hoy varios de sus vecinos y allegados consultados por Efe.

 

En el barrio de Abattoirs, donde residía desde hace año y medio, los vecinos le describen como alguien discreto, «algo raro», muy serio, mujeriego y extremadamente musculoso.

 

«Nunca saludaba. Yo le decía ‘buenos días’ y él desviaba la mirada», relata Sébastian, el vecino de arriba del apartamento del primer piso de Boulhel.

 

Nada hacía pensar a sus vecinos que tras el rostro cerrado de este hombre se escondieran sus intenciones asesinas.

 

«Se le veía con su camión de reparto, pero nunca iba a la mezquita», afirma el hombre, quien señala que con el resto de sus vecinos comentaban que era «un tipo raro».

 

Sébastian recuerda que hace tres meses hizo obras en casa. «Hacía mucho ruido. Todos los días, los viernes, los sábados, los domingos. No paraba. Yo golpeaba en el suelo porque molestaba. Un día llamé a su puerta para que parara porque ya era tarde. Ni me abrió».

 

Antony pasea con su perro por el barrio. «Es asqueroso que alguien que vive tan cerca haya hecho esto», asegura este joven jardinero que se mudó en noviembre pasado a la zona y que niega que sea un barrio deprimido.

 

«Al contrario. Es tranquilo, está cerca del ayuntamiento y tiene supermercados», señala el joven, que recuerda haber visto a Boulhel con su bicicleta por el barrio.

 

Los Abattoirs, situado al este de la ciudad, es la zona que antiguamente agrupaba los mataderos de Niza, convertido en un barrio de pisos bajos, no más de cuatro alturas, en el que apenas hay bares o tiendas.

 

Antony asegura que nada tiene que ver con el barrio del norte de la ciudad donde Boulhel vivía con su exmujer y sus tres hijos, del que se mudó tras la separación y donde viven muchos tunecinos procedentes de su misma ciudad natal, M’saken, cerca de Susa.

 

Sus allegados le describen como una persona solitaria, algo iracunda, lo que justifica sus problemas con la Justicia, en particular los seis meses de cárcel sin cumplimiento a los que fue condenado en marzo pasado tras haber agredido con un palet de madera a otro automovilista tras un altercado de tráfico.

 

A Boulhel le gustaba presumir de sus conquistas femeninas, bailar salsa y acudir a gimnasios, sobre todo en los últimos meses, cuando parece que había decidido mejorar su aspecto físico.

 

No volvió a Túnez desde que abandonó el país en 2006 y apenas mantenía relación con su familia directa, aunque tenía primos en Niza.

 

Algunos de ellos cuentan que su carácter se agrió aun más desde la separación. Se quejaba de que tenía problemas para llegar a fin de mes, para pagar la pensión alimentaria de sus hijos.

 

Las autoridades francesas no tenían rastros de su radicalización, por lo que no estaba vigilado por los servicios de inteligencia, según el fiscal antiterrorista, François Molins.

 

Tampoco en su entorno los había dejado. No frecuentaba la mezquita, no respetaba el ramadán, bebía alcohol y comía cerdo, según diversos testimonios, incluido el de su padre, que vive en M’saken y que habló para la cadena francesa BFMTV.

 

Uno de sus primos afirma que tomaba siempre decisiones radicales. Cuando llegó a Francia se tiñó el pelo de rojo. En los últimos meses acudía tanto a los gimnasios que se ganó el sobrenombre de «Van Damme». Su padre asegura que seguía un tratamiento médico por problemas psicológicos.

 

Los investigadores manejan documentación y material informático incautado en el camión con el que cometió la masacre, en su domicilio y en el que compartió con su ex pareja y sus tres hijos.

 

Además de a su ex mujer, interrogan a otras cuatro personas cercanas al autor de la masacre, lo que les ha permitido concluir que se convirtió de forma muy rápida en un «soldado del EI».

 

TPC