BARCELONA. El magnetismo y el talento de Bob Dylan atraparon al público intergeneracional que se reunió hoy en los Jardines de Pedralbes de Barcelona, donde el de Minesota ofreció un concierto sin concesiones a la nostalgia, durante el que se centró en sus composiciones de la última década.

 

A pesar de que muchos de los presentes pagaron entre 70 y 185 euros atraídos por la posibilidad de ver de cerca al mítico autor de «Like a rolling stone» y escuchar en directo sus himnos generacionales, el trovador no se dejo influir por las supuestas expectativas de su público y encerró bajo llave los temas más conocidos de su pasado para centrarse en su presente.

 

Un presente lleno de buenas canciones que suenan a blues, a rock, a country y, sobretodo, a él mismo, que con 50 años sobre los escenarios y 36 discos de estudio ya tuvo tiempo de demostrar sobradamente que está entre los más grandes de todos los tiempos.

 

A sus 74 años de edad, Robert Allen Zimmerman se presentó ante el selecto público del Festival Jardines de Pedralbes en mejor forma física que cuando visitó Barcelona por última vez hace cinco años.

 

Salió a escena con un sombrero blanco de ala ancha blanco y una americana clara, y se situó en el centro del escenario, de pie, rodeado de los cinco magníficos músicos que le acompañan.

 

Poco hablador, Dylan no dió ni las buenas noches, pero logró conectar con los presentes a través de su personalísima voz rasgada y su maestría como compositor e intérprete.

 

El primer tema fue»Things have changed», una preciosa canción que compuso el año 2000 para la película «Wonder boys» y que cantó casi sin moverse.

 

Luego llegó el turno de «She belongs to me», uno de los pocos clásicos de su época dorada que incluyó en el repertorio de esta noche.

 

En esta canción, Bob Dylan hizo sonar su armónica, y con ella llegó la magia al precioso escenario al aire libre de los Jardines de Pedralbes.

 

A pesar de que, supuestamente, Dylan está de gira para presentar su disco «Shadows in the night» (2015), sólo interpretó dos temas de este álbum: las versiones de Frank Sinatra «Full moon and empty arms» y «Autumm leaves», éste último original de Yves Montand.

 

El grueso del repertorio lo formaron canciones de «Tempest» (2012), último disco de estudio con material inédito, del que sonaron la mitad de sus cortes.

 

Con paso firme, el bardo norteamericano fue desgranado su repertorio a lo largo de un concierto de algo más de hora y media, durante el que sólo se dirigió al público una vez para decir «en seguida volvemos», justo antes de abandonar el escenario 20 minutos, a modo de entreacto.

 

Durante la segunda parte, el legendario trovador alternó su voz rota con la armónica y el piano, y se mostró más distendido, llegando incluso a caminar con elegancia por el escenario y a hacer algún sutil movimiento corporal.

 

Pero el momento álgido llegó en los bises con «Blowing in the wind», la única concesión a la nostalgia que hizo y que, de hecho, no se puede considerar como tal porque la recreación del tema que ofreció no tiene nada que ver con la canción que interpretaba el jovencísimo Dylan cuando era pareja de Joan Baez.

 

El concierto acabó con el público en pie y Bob Dylan despidiéndose con la cabeza de un público que sabía del pasado de Dylan y hoy ha experimentado su presente.