“Gracias. Estoy viviendo un sueño”, con estas palabras resumía uno de sus últimos actos en Madrid. Cinco días con sus cinco noches ha estado Elena Poniatowska de gira Cervantina, en España. Una jornada maratoniana donde ha tenido tiempo para tantas cosas como imaginen. “Gracias, esa palabra que en español dice tanto” explicaba estos días a los periodistas, fue el primer vocablo que asombró a la joven Poniatowska, cuando llegó a México a los 10 años.
La solemnidad de los primeros actos, como el almuerzo con los Reyes de España, la ceremonia de entrega del Premio Cervantes, a los más distendidos encuentros como el que aconteció en la Universidad de Alcalá con estudiantes, el encuentro con lectores, el cóctel privado en la Embajada de México, el diálogo con su amigo, el escritor mexicano Jordi Soler en el Instituto Cervantes, que estuvo cargado de anécdotas o el desayuno en el Foro de Nueva Economía, con representantes de las diferentes empresas e instituciones de la sociedad española.
Contaba como se fue convirtiendo en periodista casi sin darse cuenta, con sus preguntas “impertinentes e infantiles” y empezó a crear un estilo propio, como aquel día en que le preguntó al pintor Diego Rivera, de quién le había llamado la atención que con su inmenso volumen corporal, tuviese unos dientes tan chiquitos como de leche: “¿Por qué tiene usted unos dientes tan chicos?.
A lo que el contestó: Para comerme a polaquitas preguntonas como usted”. El público estallaba en una carcajadas con sus anécdotas y esa forma de hablar tan graciosa repleta de un rico y original vocabulario. “Tengo un enorme respeto por la palabra, por la ortografía. El que escribe correctamente, también piensa correctamente”, afirmaba tajante al recordar la principal herramienta de cualquier escritor: la palabra.
En la sala del Instituto Cervantes, el público estaba entregado como ha sucedido durante toda la semana. Habló sobre el machismo en México, de aquel México de los años 50 de caballeros “machitos”: “Se de un hombre que siempre iba armado porque era un machote, pero que sin embargo le mató su mujer”, relataba y las risas sobrevolaban este auditorio, que tuvo que poner un gran televisor en el hall para que la gente siguiera el encuentro con Jordi Soler, quién recordó como cuando era tan solo un aspirante a escritor se pasaba horas en la casa de la escritora, para escucharla hablar, “y porque te gustaba mi hija Paula” replicó la premiada, a lo que el escritor contestó: “y aún me gusta”.
Sencilla, divertida y ataviada siempre con vestimenta típica de México no cesó en repetir su amor por el país que hizo suyo, aunque no hubiese nacido allí. En el desayuno del Foro de Nueva Economía, contó como aunque ha recibido increíbles ofertas de las Universidades de Princeton y Stanford para comprar su archivo, donde residen desde cartas de algunos de sus amigos como Octavio Paz a manuscritos inéditos, quiere que todo se quedé en México. “Porque amo mi país, creo en el, es el país que más ofrece de América Latina”.
Lecciones de vida, de rigor periodístico y de sabiduría. La gente anotaba en sus celulares o cuadernos, frases que merecían ser pensadas después. “En su diversidad no hay dispersión posible, porque hay un eje que todo lo une” decían de esta escritora que tantos palos ha tocado. Ha sido periodista, biógrafa, traductora, dramaturga, traductora, conferenciante y tiene tantos proyectos por delante que parece más una joven aprendiz entusiasmada, que una veterana escritora.
Esta noche ha pedido no tener agenda, porque quiere invitar a cenar a la familia –sus tres hijos y sus diez nietos- para despedirse de esta semana que nunca olvidara, porque ha sido un sueño que recordará cuando el domingo pasee a sus perros Monsi y Vais por las calles empedradas de Chimalistac, en Ciudad de México.
