“Nada más se oyó como un trueno”

 

“Estaba aquí en la cocina, todo pasó en segundos. Cuando yo me asomé los cables se cimbraron, como si chocara un carro. Pero cuando salí ya vi todo destruido, en desastre, en segundos. Nada más se oyó como un trueno”.

 

Eleazar Adán Sánchez tiene su casa en uno de los cerros de La Pintada, en el que están asentadas muchas casas. Al mirar hacia abajo, por la ventana de su cocina, se alcanza a ver la plaza principal y el kiosco que fueron sepultados por el desgajamiento del cerro aledaño. En una parte de su hogar, hay una gigantesca piedra, de color oscuro y deforme. Dice que el pueblo se conoce así, La Pintada, por esta roca.

 

“Dicen que hay como setenta muertos pero aquí vivían unas 300 personas, muchas familias estaban en su casas, unas dormían. En aquella casa destruida que se ve desde aquí, había una pareja en el segundo piso y no les pasó nada, la mamá estaba abajo y ya no la sacaron, hicieron la lucha de sacarla, abrieron un boquete pero ya no pudieron”.

 

El rostro de don Eleazar refleja preocupación e incertidumbre. No sabe si seguirá viviendo en La Pintada. “Ya no tenemos la misma confianza de quedarnos aquí. Tenemos parcelas y sembramos café, pero también cuando se puede se siembra frijol. Ya la gente le tiene miedo al cerro, de que pase otra vez lo mismo”.

 

Ahora él, sus dos hijos y su esposa están en un refugio temporal. Vino a su casa a revisar que todo estuviera en orden. Ha perdido la tranquilidad en segundo, como el desastre que, silencioso, pasó ante sus ojos. “Ese cerro no estaba tan empinado, hay otros que están peor, quién iba a imaginar que ese fuera el que se viniera abajo”.

 

“Que las autoridades se vengan a mojar los pies”

 

Con lágrimas en los ojos, desesperada, con los cabellos enredados, Ana Violeta Angelito Campo suplica ayuda a las autoridades. Su madre tiene problemas renales y no puede caminar, la traslada de un lugar a otro en un sillón y lo que más le desespera es que le pide agua, le pide comida y ella no tiene de dónde conseguirla. Tiene además cinco hijos y a su hija mayor le acaban de poner una prótesis en la pierna. La corriente del río los tomó desprevenidos a eso de las siete de la mañana y en pocos minutos el agua ya les llegaba hasta el cuello. Su marido es mecánico y tampoco le dio tiempo siquiera de resguardar algunas herramientas, solo alcanzó a sacar algunos papeles oficiales.

 

Ana Violeta exige que el presidente Enrique Peña Nieto venga a esta comunidad y acusa a la comisaria ejidal Viviana Villasana de acaparar la poca ayuda que ha llegado por parte de las autoridades. Está enojada. Le da coraje que no pueda conseguir medicinas para su mamá, que sangra por retención de líquidos y no puede caminar. Necesita insulina.

 

En la comunidad de Lomas de Chapultepec a cualquier visitante que llega lo ven con esperanza. A este reportero le piden que los acompañe a sus casas y compruebe cómo perdieron todo, que tome fotos y videos y que los difunda para ver si así hacen algo las autoridades. Están desesperados. Y tienen hambre, tienen sed. Algunos niños chapotean en el agua a un lado de casas destruidas. Y estas escenas se repiten, infinidad de veces, en las comunidades rurales de Acapulco.

 

 “Un largo camino a casa”

 

Gloria, Antonio y Carlos intentan llegar a Tecpan de Galeana, desde Coyuca de Benítez. Algunas personas que también buscan atravesar el primero de los dos puentes que se desplomaron en este lugar les ayudan. Cargan un féretro de madera. A las nueve de la mañana el sol y la humedad comienzan a sentirse con fuerza. Adentro del ataúd va doña Elodia Noguera, quien falleció a la edad de 80 años y que era diabética.

 

Para cruzar el primer puente, los hermanos y voluntarios bajan el barnizado féretro a través de unas escaleras improvisadas. A pesar de que llovió toda la noche, no hay crecida del río en este momento. Luego pasan caminando, y cruzan corrientes de agua bajo el segundo de los puentes  colapsados. Llegan a la carretera y suben a doña Elodia a un carretón para avanzar un par de kilómetros por Los Cimientos, hasta donde otro brazo del río derrumbo el puente que conecta con Pénjamo.

 

Al traslado de doña Elodia llegan otros dos sobrinos. Bajan el ataúd y lo atan para bajar al río, por un camino fangoso. En este punto, la única forma de pasar es a través de un cayuco, donde unos cinco jóvenes cruzan a la gente por diez pesos. Pero esta vez no cobraron. Se sorprendieron de ver un féretro y a tantas personas ayudando a cargarlo. Uno de los jóvenes suelta, ingenuamente: “Ah, cabrón, está pesado. ¿A poco traen al muerto?”. –Sí, ahí llevan a la señora, responde un voluntario de Protección Civil que se incorporó a la caravana.

 

Al cruzar los diez metros del río, una camioneta los espera. Ahora comienza a llover, con fuerza. El camino a Tecpan aún es largo pero doña Elodia ya va en camino a su destino final.

 

 

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