LONDRES. El legendario Ronnie Biggs, cerebro del asalto al tren de Glasgow en 1963 y famoso por sus espectaculares huidas, murió hoy a los 84 años en un asilo de ancianos, sin haberse arrepentido nunca del que fue conocido como «robo del siglo«.

 

Biggs falleció en la residencia Carlton Court Care Home, en East Barnet, al norte de Londres, tras deteriorarse su salud después de sufrir varios ataques de apoplejía, informó un portavoz.

 

El criminal, cuya vida inspiró libros y películas, residía en el Reino Unido desde 2001, cuando regresó de Brasil tras permanecer más de 25 años prófugo de la justicia.

 

Según su portavoz, Biggs no podía hablar y tenía dificultades para caminar y la última vez que fue visto en público fue el pasado marzo cuando asistió al funeral de Bruce Reynolds, su compañero del famoso atraco perpetrado el 8 de agosto de 1963.

 

El autor de su biografía, Christopher Pickard, dijo hoy a la BBC que Biggs debería ser recordado como «uno de los grandes personajes de los últimos cincuenta años» y calificó al ladrón de «amable y generoso», con un gran sentido del humor que conservó hasta la muerte.

 

Tras su regreso al Reino Unido en 2001 acompañado por su hijo Michael, de nacionalidad brasileña, Biggs fue encarcelado, pero fue finalmente liberado en 2009 por razones humanitarias pues estaba muy enfermo.

 

Orquesta el «robo del siglo»

 

Con más de 10 cómplices, Biggs participó en el robo al tren de Glasgow en la localidad de Cheddington, en el condado de Buckinghamshire (al norte de Londres), cuando manipuló las señales de las vías para forzar la detención de los vagones.

 

Tras asestarle un golpe en la cabeza al conductor del tren, Jack Mills, la pandilla se hizo de un botín con 125 sacos de billetes con valor de 2.6 millones de libras (equivalentes a unos 7.3 millones de dólares en dicho momento o más de 50 millones de dólares actualmente), en lo que fue la mayor suma robada hasta entonces en el Reino Unido.

 

En unas famosas declaraciones que hizo en 2000 a la BBC, Biggs admitió que lamentaba «profundamente» las heridas causadas al conductor, quien no pudo volver a trabajar y murió en 1970, pero que jamás se arrepintió de haber tomado parte en el atraco.

 

El secretario general del sindicato de conductores de trenes Aself, Mick Whelan, envió hoy las condolencias a la familia de Biggs pero puntualizó que la organización que representa siempre lo consideró un «criminal» que «tomó parte de un robo violento que resultó en la muerte del conductor del tren».

 

«Jack Mills, que tenía 57 años cuando se produjo el robo, nunca se recuperó plenamente de las heridas sufridas», agregó Whelan.

 

Además, el sindicato del Personal de Transporte recordó en un ‘tuit’ que «no está bien» el que un trabajador del ferrocarril fuese golpeado con una barra de metal que le impidió volver a trabajar.

 

Biggs, condenado a treinta años de cárcel en 1964, se hizo sobre todo famoso por la forma en que consiguió huir de la cárcel de Wandsworth (Londres) meses después, al escapar por una pared del edificio con la ayuda de una escalera que él mismo montó con cuerdas mientras afuera le esperaba una furgoneta.

 

Tras su huida, Biggs escapó a París, donde se sometió a cirugía estética antes de hacerse con documentación falsa para viajar a Australia, donde vivió unos años con su primera mujer, Charmian Powell, y sus tres hijos, hasta que se enteró de que la Policía internacional Interpol le buscaba.

 

Vida de «rock star»

 

Así, Biggs huyó a Brasil, donde, tras su divorcio de Powell, se casó con la brasileña Raimunda, con la que tuvo un hijo, Michael, y vivió en ese país más de 25 años hasta que el diario sensacionalista británico «The Sun» lo localizó en Río de Janeiro y contribuyó a su regreso al Reino Unido en 2001.

 

En Brasil vivió de su notoriedad: cobraba a los periodistas y turistas por contarles la historia del robo. Grabó con la banda de punk rock The Sex Pistols, escribió sus memorias, tituladas «Odd Man Out» e incluso promovió un sistema de alarmas con el lema: «Llame al ladrón«.

 

Sin embargo, en medio de este gran seguimiento mediático, el ladrón volvió a su país porque se sentía enfermo, quería tomarse una «pinta» de cerveza en un «pub» y su deseo era morir en Inglaterra.