Lady Chabela se sintió mirada y volteó discretamente. El caballero Pancito la observaba desde el otro lado del salón. Él sostenía una cerveza con gallardía, y la obsequió con una sonrisa cautivante.

 

Se acercaron, se dirigieron palabras galanas y Venus tejió sus lazos. El sarao terminó, pero no el cariño que había nacido, y durante cuatro dulces años se frecuentaron. Salieron y se solazaron hasta que, al fin, decidieron casarse…

 

La buena noticia es que vivirán felices hasta que se acabe el mundo. La mala es que se acabará antes de su boda: ocurre que a Isabel y a Mauricio —Chabela y Pancito, como les gusta decirse—, planearon su boda para las 5 de la tarde del 22 de diciembre, en la ciudad de Querétaro. O sea, un día después de que este mundo se vaya al diablo. Según dicen que dicen los mayas, pues.

 

—No, no pensamos la fecha así, a propósito —puntualiza Mauricio, al explicar telefónicamente por qué eligieron ese día.

 

—Es que el 22 cae en sábado y así es más fácil que venga gente. Y nos gustó la idea de casarnos en diciembre. Muchas bodas son en diciembre, ¿no? —abunda Chabela en el altavoz del teléfono, pero con un hilo de voz.

 

—Pues sí, pero ya no. Yo te dije que viviéramos juntos, pero tú no quisiste, ya ves —le revira Pancito, quien no reprime una risotada. Sabe por qué.

 

La cuestión es que esta ingeniera en sistemas y este administrador de empresas llevan dos años planeando la boda. Isabel hasta se inscribió en una web especializada en casamientos. Ahí la han aconsejado desde el papel que puede usar para las invitaciones hasta qué hacer si el novio se duerme la Noche de Bodas. A base de preguntas ha logrado el nivel de “Súper Novia” en esa web, y ha sumado 3,299 puntos (que no sirven para nada, todo hay que decirlo). Ahí la han prevenido de todo lo imaginable. Menos del fin del mundo.

 

—Pues el tema ni se ha tocado, más bien nos damos ideas sobre los zapatos o el pastel —explica.

 

—¿Y en la iglesia no les advirtieron de nada? —se le pregunta.

 

Pues resulta que no. Los dos mil pesos que pagaron en su parroquia sólo incluían la misa y las flores del altar. Nada de advertencias apocalípticas.

 

El sacerdote S. X. —titular de la mencionada parroquia— es muy tajante:

 

—No les dijimos nada porque no hay nada que decir. Esas son creencias de otras personas, no de la Iglesia Católica. Y el mundo no se va a acabar.

 

Ni hablar de rembolsos, supongo. A quién, claro.

 

—Y nadie nos ha pedido cambios de fecha. No sé en otras parroquias, aquí no. No, no tengo el teléfono de otras parroquias. No, nadie está asustado —puntualiza, con más prisa que enojo.

 

¿Nadie?… Nadie excepto Isabel. Ella sí sonaba angustiada.

 

—Pues como le digo, no sabíamos, y está muy difícil ya cambiar la fecha. Pero de querer moverla pues sí nos gustaría —dice Chabela.

 

—Pues yo creo que no, que ese día está muy bien —interrumpe Pancito, riéndose. El inconsciente.

 

Cambiar el día, entonces, está descartado. ¿Pero, y un plan de contingencia? Digo, ya se sabe que en el apocalipsis sobrevivirán algunos pocos. Y quién quita, a lo mejor algunos se levantan el día 22 con ganas de pachanga.

 

—¿Que qué precauciones tomamos? No, pues nada más la carpa para el jardín, por si nos llueve.

 

Comienza a irritar tanta irresponsabilidad de Pancito. El indolente.

 

—¿Harán alguna advertencia a los invitados? —se le cuestiona, con toda la calma posible. El silencio que viene a continuación muestra que sí está reflexionando la pregunta.

 

—Nomás que manden los regalos antes —perpetra. El malvado.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *