Como muchos países, México se rige anualmente por una serie de celebraciones y conmemoraciones de carácter histórico, político y religioso, entre otros rubros. Algunos de estos eventos tal vez han perdido un hilo directo en el ser y el sentir de muchos mexicanos; pero siempre hay un vínculo que les proyecta vitalidad, que sostiene una jerarquía, que resuelve las diferencias y mantiene los acontecimientos en el imaginario colectivo: el gastronómico.
Y aquí sí, en ese sentido, somos únicos: cómo suponer que exista un Día de Reyes sin la típica rosca; o una fiesta de la Candelaria sin los consabidos tamales; un 15 de septiembre sin pozole, tostadas y demás parafernalia garnachera; un Día de Muertos sin los clásicos panes y otros antojos estacionales; sin descartar desde luego las fiestas de fin de año, ocasión para opulentos atracones como del que vamos saliendo.
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