INDIA. Yace agazapada al acecho mientras sus posibles víctimas recogen leña o llevan el ganado a pastar o trabajan en los cultivos. Se ha abalanzado sobre personas a plena luz del día, arrastrándolas silenciosamente a los bosques o los cañaverales. Cuando los pobladores encuentran a los desdichados queda muy poco de ellos, restos mutilados, sangre reseca y algún par de zapatos.
A lo largo de siete semanas el animal ha recorrido, casi completamente sin ser visto, unos 200 kilómetros. Ha cruzado pueblos, aldeas y por lo menos una carretera.
Una tigresa asesina aterroriza a pueblos en el norte de la India. Ha matado por lo menos a nueve personas, todos aldeanos pobres que viven en los límites de uno de los últimos hábitats de tigres silvestres.
Son gente que no puede perderse un solo día de trabajo, que —como no tiene retretes dentro de sus chozas— hace sus necesidades en los campos y sabe poco y nada sobre los recientes avances nacionales en la conservación de los tigres, pero con la súbita aparición de un ejemplar tan peligroso, sólo ven una amenaza donde los conservacionistas ven un animal que hay que preservar.
«Se ha convertido en una comehombres», se lamentó Vijay Pal Singh, cuyo vecino, un trabajador agrícola de 22 años llamado Shiv Kumar Singh, fue muerto en enero cuando trabajaba en un cañaveral. En un área donde casi todo el mundo trabaja al aire libre, esto significa que la vida se ha alterado completamente. «La gente tiene miedo de ir a los campos», dijo Singh. «Todo ha cambiado».
Si bien se convoca a los cazadores para matar a los tigres peligrosos cada tanto en la India, han pasado décadas desde que un tigre ha matado a tanta gente como este ejemplar, o que ha eludido la caza durante tanto tiempo.
«Ahora no se detendrá. Seguirá matando», afirmó Samar Jeet Singh, un cazador provisto de un rifle poderoso. Durante casi un mes ha rastreado a la tigresa, en bosques y lechos secos de ríos cerca de donde mató por última vez. Solo se halló parte de un brazo y una pierna.
Cuando encuentre a la bestia la matará. «Ya ha pasado el momento de usar un tranquilizante y una jaula. Ahora hay que matarla».
Durante generaciones, poca gente en estos pueblos pensaba siquiera en los tigres. El paulatino avance de los pueblos, la caza ilegal y programas incompetentes para la vida silvestre ha devastado la población de tigres, forzándolos a recluirse en enclaves cada vez más reducidos. El Parque Nacional Corbett, una de las principales reservas de tigres de la India, está apenas a 40 kilómetros (25 millas).
En la última década se han experimentado progresos en la conservación de los tigres, pero a la vez ha aumentado las probabilidades de encuentros entre tigres y seres humanos.
«Esta zona es muy rica en vida silvestre», observó Vijay Singh, funcionario forestal regional en la ciudad cercana de Bijar (que, al igual que mucha gente en esta región, lleva el apellido Singh). «Ese es el problema».
La situación se agrava por los cultivos favorecidos. La caña de azúcar es el producto básico de la economía local y miles de cañaverales, con sus cañas de hasta 3 metros de alto, ofrecen escondites ideales.
Los expertos saben poco acerca de la tigresa. Saben que es hembra debido a la forma de sus garras según las huellas que deja y muchos consideran que puede estar herida, lo que explicaría por qué ha superado su temor natural a los seres humanos.
Mientras la mayoría de los tigres escapa ante la vista de gente, los seres humanos son una presa mucho más fácil: más lentos que los ciervos, más débiles que los búfalos y con piel suave que es fácil desgarrar.