La complejización y problematización de lo aparentemente improbable, sobre todo en un futuro cercano, lejana a la hipótesis cruda para dar paso a la exploración desde la invención, son algunos de los fuertes de la ciencia ficción, específicamente en la literatura. (Al menos en la de la escritora Angélica Quiñónez.) Algo que va más allá de escenarios distópicos y utópicos: contradicciones y reflexiones originadas en la mente y en el cuerpo, en aras de asirse a lo más humano posible.
No por temer la inverosimilitud, sino porque la especulación y el dibujo social desde la cercanía con las acciones devendrá en una reflexión más estimulante.
Es en esa meditación (endeble) que se encuentra alojada Hijas de Eva (Lumen), la primera novela de Angélica Quiñónez (Guatemala, 1990), que se erige a partir de una premisa radical: un misterioso sábado de 2025, todas las mujeres biológicas del planeta dejan de existir. Para dilucidar orígenes e inquietudes, la autora guatemalteca conversó con 24 HORAS para desentrañar, más allá de la literatura, sus inquietudes.
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—Es tu primera novela —comento—, pero pudo haber sido un libro de ensayos, u otra cosa. ¿Por qué decidiste que fuera una novela?
—La verdad, llevaba desde hace mucho tiempo la idea de hacer una novela —explica la escritora—. Me había costado encontrar una historia con la que yo me sintiera involucrada y justo fue esta: explorar la ausencia de la mujer, y más que eso, también cómo las mujeres tienen un rol en la vida de los hombres, y viceversa. Cómo la masculinidad y la feminidad han llegado a definirse como lo opuesto y cómo esa definición tan restringida ha repercutido en nuevas formas de llevarnos a lo más hiriente y lo más cruel de la humanidad. Cómo hemos tenido grandes avances científicos y no necesariamente avances en que nuestras vidas sean más felices, más justas o más plenas. Y, justo, lo que me gustó de hacer una novela era que quería experimentar con una forma muy diferente de la novela tradicional, no quería escribir capítulos a lo normal.
—En ese sentido, es decir en las formas en que escribiste y estructuraste tu libro, ¿ante qué retos te enfrentaste durante la escritura? —pregunto—.
—Creo que lo complicado fue que en ningún momento se leyera como una novela misándrica —cuenta—, que pudiera tener un matiz muy amplio de cómo es la experiencia masculina, porque, decir que sólo existe una masculinidad es como decir que sólo existe un tipo de hombre. Es absurdo. Quería que hubiera personajes con múltiples facetas, que tuvieran lo positivo y lo negativo y que se sintieran cercanos.
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—La novela se titula Hijas de Eva. De alguna manera alude y tiene un guiño religioso. ¿Había una intención específica al nombrar así el libro?
—En parte (fue) porque Eva es un personaje dentro de esta novela —confiesa—, y la otra es eso, que precisamente la haya escogido va con lo que tienen muchas veces las convenciones de los nombres y los proyectos científicos. Que, en este caso, otra mujer, pero en otra especie fuera la que va a continuar a la humanidad. Que tuvieran esa conexión de que todas esas niñas que llegan por el Proyecto Eva van a tener ineludiblemente el destino de servir para reproducción, que para eso fueron predestinadas, incluso antes de que las implantaran, incluso antes de que tuvieran nombre.
—Tratas muchos temas que, por decir lo menos, nos conciernen a todos como humanidad. Pero, hay una forma de contar y retratar la desaparición de las mujeres que es muy particular, alejada de las narrativas contemporáneas —explico—.
—Creo que lo primero de lo que tenemos que ser conscientes es que nuestra identidad como personas, individuos de un género o un sexo, impacta mucho en lo que consumimos, qué imagen personal tenemos, cómo es nuestra educación sentimental, cómo es incluso nuestro desarrollo intelectual —reflexiona—. Y sí quería que la novela reflejara un poco de eso: si no existen las mujeres no existe el producto de la celebridad femenina: ¿cómo es entonces el cine?, ¿cómo es el entretenimiento?, ¿cómo se comercializa el culto de la imagen? Sí me interesaba que el lector viera que va más allá de que los hombres tienen cómo tener hijos, (sino que) impactan otras facetas de la vida de las que probablemente no son tan conscientes de la influencia femenina a simple vista, pero por supuesto que está ahí y por supuesto que es una fuerza determinante.

Maternidad subrogada y otras reflexiones en Hijas de Eva
“Para mí era urgente que la novela también fuera muy desestigmatizante, que no tuviera ninguna carga de que sólo eso está bien o sólo eso está mal. Porque lo que realmente está sucediendo con la ciencia reproductiva es que tenemos ahora la posibilidad de la maternidad subrogada, tenemos laboratorios donde se pueden conservar embriones hasta una década antes de que la familia decida que ya tiene la estabilidad.
“Tenemos tanta ciencia para el nacimiento, ya existe hasta la posibilidad, que sugieren, que puede haber injerencia dentro del color de ojos, el color de piel, el tipo de cuerpo. Pero no tenemos ese mismo avance hacia desarrollo intelectual, inteligencia emocional o bienestar del ser humano.
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“Estamos tan enfocados en el procedimiento de generación y no el de calidad, y esa es la verdadera conversación que deberíamos tener antes de hablar si subrogar o no, si estamos al mismo tiempo haciendo el mismo esfuerzo por que la vida dignifique más allá del nacimiento”, reflexiona la también autora de Teoría de cuerdas (2019).
Finalmente, dentro de esta reflexión, hay que dar cuenta de algo evidente en la sociedad actual. Los avances tecnológicos no son malos, pero, tal como apuntaba la autora antes, en la construcción de ese progreso, nos olvidamos de temas más relevantes.
“El desarrollo de la ciencia y la tecnología son cosas buenas, pero tienen que estar hechas al servicio del ser humano, no al revés”, espeta al respecto.
Largo aliento… pero condensado
La escritora centroamericana tiene claro que su lugar está “en la ficción corta”, es decir: prescinde de los volúmenes de cientos y cientos de páginas que regularmente construyen los universos de ciencia ficción.
“Creo que he encontrado muy buenos novelistas en el formato corto, como Guadalupe Nettel y Alejandro Zambra”, confiesa. “Es crear instantes específicos, que son más memorables, y creo que eso es lo que me gusta de cómo resultó la novela, porque, en cada conversación que he tenido en torno a la trama, cada quien recuerda ciertos capítulos que le pegaron más fuerte y los tengo muy presentes. Es más tangible, como un recuerdo más cinemático, podríamos decir, que sí se puede ver como una experiencia mejor contenida”.
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“La intención era esa. Primero, pasarla muy bien y meter la ficción en Guatemala: casi no tiene ciencia ficción y casi no tiene humor, y sí quería distinguirla con eso, quería que fuera algo diferente a lo que caracteriza mucho de mi cultura.
“También quería que diera de qué hablar. Me alegra hoy que he tenido tantas conversaciones con hombres, se ha percibido como algo que no es antagónico, que está más lleno de preguntas que de denuncias”, concluyó.
El tiempo en la historia y las fuentes de inspiración
Hijas de Eva sucede en tiempos demasiados cercanos. Tan sólo, esta inicia en el mismo año que transcurre actualmente. No es que entonces sirva esto de advertencia ante lo inexorable, sino que apremia e interpela distinto, con un poco más de severidad.
Ante esa observación, la también poeta y columnista dice que “eso era parte de (la historia)” por dos razones:
“Una práctica porque quería que se sintiera más patente y más cercana y creíble al lector. Y la segunda es que, creo que era más realista y más manejable conjeturar sobre lo que ya tenemos muy presente, y como te digo, conjeturar con fenómenos que ya existen, como las redes sociales, la comercialización, el entretenimiento de streaming, los remakes de cine. Que todo eso tenga un rol, se presta para (imprimir) muchísimo humor”.
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Finalmente, Angélica Quiñónez ahondó en su “gusto bien ecléctico”, asegurando que le gusta mucho el cine, la televisión, ver mucha comedia (“para sentirme en mi zona de confort”, dice); de lado de lo literario, destaca El cuento de la criada y Desobediencia moral, ambos de Margaret Atwood, así como Cadáver exquisito de Agustina Bazterrica.

Redactor web en el diario 24 HORAS. Escribo y hablo de literatura. Autor en Puentes (Editorial Gato Blanco) y Escribir es un ensayo (Grupo G - Horizon y Canon Mexicana).