Fue en 2018 que Kaja Negra —fundada por Lizbeth Hernández en 2010 como un proyecto periodístico que más tarde devino proyecto de gestión cultural— debutó como editorial con Casas vacías, la primera novela de la escritora Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Pronto, el éxito hizo que la novísima editorial pasara del formato digital al impreso. Sin quererlo, las lectoras y los lectores siguieron a cabalidad el objetivo que alguna vez planteó su fundadora: que quien leyera sus obras, se apropiara de ellas.
Un año más tarde, en 2019, la Editorial Sexto Piso publicó una reedición de la misma. La trascendencia que trajo consigo la primera edición quizá anticipaba que, seis años después, su ópera prima fuera por su undécima reimpresión. Quizá lo que, ahora sí, nadie anticipaba, una vez más dispuestos a correr el riesgo de estar equivocados, es lo que pasaría después, en 2022, tras la publicación de su segunda novela, Ceniza en la boca, misma que el actor y productor mexicano Diego Luna adaptó al cine y está rodando desde inicios de año.
Desde hace ya muchos años, por no decir muchas vidas, Brenda Navarro vive en Madrid, España. Pero siempre vuelve a México. Más aún cuando las actividades-relacionadas-con-el-oficio requieren su presencia. En medio de una de esas visitas, en Querétaro, durante el Hay Festival de la ciudad mexicana, conversó con 24 HORAS sobre Ceniza en la boca, esa novela que hace tres años cimbró la literatura iberoamericana.
Ceniza en la boca: una conversación con Brenda Navarro
Arribo a la Brenda Navarro en la mesa en la que, según pude observar, lleva sentada un largo rato; parece no moverse de su silla; sin embargo, del otro lado del mueble, el asiento cambia de persona cada varios minutos. Nos presentan brevemente. Pide un refresco sin azúcar: es verdad que el calor lo amerita con creces.
Comienzo con una equivocación pueril que ayuda a aligerarme los nervios. Confundo la ciudad donde ella vive: Barcelona es donde estudió, no donde reside. Luego intento recomponer hablando del clima. Pienso que funciona, pero en realidad es que la autora atiende con atención y sin severidad a lo que expreso. El que tiene que respirar, y quizá renunciar al vaso de café recién lleno, soy yo.
Han pasado casi dos años desde que se publicó Ceniza en la boca…
¡Ya tres!
Habiendo pasado este tiempo, ¿qué reflexiones has encontrado a través de tus lectoras y lectores, sobre tu novela? Sobre todo, con la ficción como vehículo de la memoria.
Lo primero, con toda sinceridad, te diría: me encantaría no haber escrito estos libros, me encantaría que estos no fueran libros que dialogan con la realidad como dialogan ahora —confiesa—. Yo me acuerdo que cuando escribí Ceniza en la boca yo ya estaba consciente de que, escribiera lo que escribiera, la editorial me iba a publicar, entonces, eso me permitió escribir con mayor soltura, con menos miedo de salir a publicar.
Sabía que se iba a publicar primero en España y sí tenía ganas de conversar con el lugar en el que vivo sobre cómo yo sentía que esta normalización, de la forma de deshumanizar a las trabajadoras domésticas y de cuidados, no podía pasarme desapercibido a mí. Odio que sea 2025 y que, además de ese tema, de lo que estemos hablando sea de deportaciones, de discursos de odio, que en España estemos así de que suba un partido político de extrema derecha, de que se normalice que políticos digan que está bien que la gente muera. Me encantaría que no estuviéramos bajo ese contexto.
Lo que pienso es que mis libros no han cambiado en absolutamente nada al mundo; que no van a hacer ningún tipo de cambio político, pero sí me ha permitido tener conversaciones con gente que antes no era consciente que era racista en España y que ahora es consciente y que entonces se hace una autocrítica.
En las problemáticas sociales parece no haber fronteras, pero en Estados Unidos hacen todo porque estas fronteras sean visibles. ¿Crees tú, como escritora, que las fronteras son algo relacionado con el ego y el autoengaño?
Me gusta que digas esto porque me da oportunidad de decir que todas las fronteras son ficciones, que son cosas que se han inventado los seres humanos, los gobiernos, para lucrar con la vida de las personas y que, si bien México lo vive de una forma tan cruel como lo estamos viendo ahora mismo, la verdad es que todas las fronteras políticas generan este mismo fenómeno.
En Suecia el libro se ha recibido muy bien. Estuve allá, escuchando lo que pasaba, que también tienen sus propios fenómenos migratorios y el gobierno también está ejerciendo medidas de extrema derecha (racismo y xenofobia). Y lo que yo encontré, que me resultó muy esperanzador, fue niñas de 16 o 17 años que, cuando me hablaron del libro siendo ellas hijas de personas migrantes, probablemente refugiadas o exiliadas, la pregunta que más me hacían era: ¿cómo hiciste para transmitir tus preocupaciones mediante el lenguaje?
Eso a mí de lo que me hablaba no era que quisieran saber mi proceso de escritura, sino cómo ellas podían hacer para que sus experiencias pudiesen traducirse mediante su propio lenguaje. No solamente el sueco, que lo hablaban muy bien, sino el inglés y, además, cómo, y eso es muy curioso, ellos, adolescentes, estaban pidiendo a las instituciones que, así como hay clases de inglés y francés, ellos querían tener clases de los idiomas de sus madres para no perderlo.
Para mí eso es esperanzador porque, mientras los gobiernos generan estas ficciones, la gente está buscando cómo derribarlas. Yo siempre digo que la literatura nos permite encontrar ese pequeño equilibrio entre cuando sucede algo horrible, la respuesta siempre sea hermosa; cuando sucede algo hermoso, generalmente hay un trasfondo horrible. Encuentras ese equilibrio y conversar sobre eso nos permite tener diálogos que rompen las fronteras geopolíticas.
De pronto pudiera parecer que tus libros son un poco pesimistas, por los temas que retratan. Pero, en ello, quizá partiendo desde dos aristas: el quebranto como algo siempre constante y el desamparo como forma de comunidad y unidad. ¿Cómo llegar, en cierta forma, a un lugar benévolo desde algo gris, o incluso desesperanzador?
Yo estoy en contra de creer que los seres humanos somos buenos: no lo somos. No somos del todo malos, tampoco. Justamente, hay muchos claroscuros, y por eso creo que toda persona merece vivir la vida porque está llena de todas esas contradicciones.
Por un lado, eso monstruoso, bueno, es que yo vengo de eso. Yo no he habitado mundos horribles como existen, pero tampoco he nacido en un lecho de rosas ni he tenido todos los privilegios del mundo y eso me ha permitido forjarme un punto de vista más real de la vida, y yo lo agradezco muchísimo. Me parece que es mejor forjártelo a llegar a los 30 o 40 años creyendo que lo merecías todo y darte cuenta que la vida no es eso.
Eso, por un lado, y luego también pensaba, bueno, y lo encuentro por lo mismo que dice el meme de Guillermo del Toro: es que somos mexicanos. Cuando tú vives en México, y justamente encuentras que hay una violación sistemática de los derechos humanos para toda la población, pero por otro lado somos una sociedad sumamente creativa, imaginativa y que logramos encontrar alegría incluso en lo más horrible, para mí es como un motivo para seguir explorando esas cosas.
Lo que digo desde afuera es que tengo que defender que, si hablo de la violencia en México, también tenemos cosas muy buenas que, a lo mejor ustedes no se dan cuenta porque lo están viviendo, pero desde afuera yo veo un México con muchísima fuerza, con mucho poder, con mucha inteligencia y con una capacidad de encontrar soluciones a la maldad que no todos los países podrían.
Parece que la ficción tiene que venir a recordarnos las cosas importantes. Más que preguntarte de qué sirve la literatura, ¿cómo observas los movimientos literarios o la escritura de cara hacia el futuro y, sobre todo, en el presente?
Diría dos cosas. Yo soy fiel defensora de la ficción por sobre todas las cosas, porque la civilización humana ha nacido de una ficción. No creemos que podemos volar, hasta que volamos; no creemos que nos podemos comunicar como de teletransporte, y lo estamos logrando mediante las herramientas tecnológicas. Cuando tú te imaginas algo imposible, es porque puede ser realidad y gracias a eso es que existe la ficción y gracias a la ficción es que existen ciertos cambios.
Por otro lado, yo lo que te diría es que yo soy una persona con muchísimos privilegios, pero sé que mi familia no ha tenido los privilegios que yo tengo. Y yo siempre pienso: ¿qué pasaría si, en vez de pensar que hay que privilegiar a los que tienen las herramientas necesarias para expresarse, le diéramos todas esas herramientas a la sociedad? Imagínate la cantidad de ficciones que estaríamos teniendo ahora.
Pienso más en cómo hacemos que todas las personas tengan la capacidad de crear, aunque no todas sean escritoras o artistas. Que puedan tener la capacidad de imaginar y crear cosas y que no sólo un puñado siga creyendo que tiene que ser quien dirija el mundo.