Julián Herbert
Foto: Jonathan Sánchez. El escritor y poeta Julián Herbert platicó en las oficinas de Penguin Random House México con su más reciente libro.  

Recuerdo que hace no mucho tiempo, Ricardo López Si, periodista y escritor infatigable, escribió en alguna de sus redes sociales: “A Julián Herbert no sólo le debemos Acapulco Timeless, una de las mejores crónicas del siglo XXI mexicano, también le debemos Canción de tumba, una de las novelas autobiográficas con mayor fuerza vital y poética en nuestras letras contemporáneas”. Y estoy de acuerdo, pero añadiría una cosa, aunque no se la debamos del todo: es un gran lector.

El tipo calmo que viste playeras negras con el nombre de alguna banda de rock y es vocalista de Los Tigres de Borges, es un gran lector. Se lo digo apenas lo saludo. Lo de las playeras. “La que traías de Quiet Riot el día de la conferencia del Premio Mauricio Achar está brutal”, le digo. Así rompemos un poco el hielo, que no tarda nada en desvanecerse porque pronto platicamos un poco de la FIL, de esto y de aquello.

“¿Listos?”, pregunta mi colega-genio de la cámara y el sonido. Asentimos, y probamos los micrófonos. Todo va de maravilla. Sólo entonces, tras la indicación, presento a Julián: editor, poeta, novelista, ensayista. Aludo al libro que nos tiene sentados charlando esa fría mañana a unos kilómetros del centro de la Ciudad de México.

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—¿Qué se siente ponerse el overol, vestirse y desvestirse de poeta, novelista, editor y un montón de cosas más? —pregunto—.

— Creo que, para mí, no es tan difícil en realidad el tránsito entre una y otra cosa. Lo veo de manera más o menos natural —responde tras agradecer el espacio y confesarse nervioso por la recepción del libro—. Lo que creo es que sí hay que trabajar con una idea de proyecto. Para mí la idea de este no fue tan complicada de encontrar, porque yo empecé los dosmiles escribiendo sobre todo poesía, y en algún momento hice una pausa, y dije: “bueno, ¿cómo leemos poesía?”, (y) escribí un libro de ensayos sobre poesía, Caníbal (Bonobos, 2010), y después de ese libro empecé a escribir narrativa mucho tiempo, y justo una década después, en 2019, me detuve y dije: “bueno, voy a hacer un poco lo mismo”. Entonces son dos libros que son hermanos, digamos.

“La idea de leer estos autores como que estaba muy cerca para mí porque es un periodo en el que leí muchos manuscritos, fui jurado de concursos, tutor de becas, presenté libros… y la última cosa que creo que confluye ahí es que yo disfruto mucho dar clases, pero hace tiempo que me salí de cualquier carrera académica porque siento que era muy limitante para mí, entonces esta es una oportunidad de jugar otra vez con esa camiseta”, continúa el escritor acapulqueño-pero-adoptado-coahuilense.

En esa, considero personalmente, vena autocrítica, Herbert ensaya sobre sí mismo, sobre un libro suyo (La casa del dolor ajeno) y otros más, a través de un texto que él considera “el más experimental” de Overol. Apuntes sobre narrativa mexicana reciente (Penguin Random House, 2024), así como también el más extenso:

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“A la hora de hacer la estructura de ese ensayo, que habla sobre varios autores y varios libros, entre ellos el mío, (pues) primero la decisión de hablar del libro no fue tanto mía sino que originalmente ese ensayo me lo comisionó un editor, Nico Cuéllar, él es el primer responsable, porque él quería que hablara de varios libros, entre ellos de La casa del dolor ajeno, de libros de no ficción. Al final, por distintas razones, el ensayo no se publicó con él, pero ya estaba pensado así. Y lo que yo hice en ese texto es tratar de utilizar la estructura del reportaje para hacer un ensayo de crítica literaria, entonces, entre otras cosas, lo que hice fue, también porque era raro que hablara de mi libro, dejar que los otros autores hablaran también de su libro. 

“Entonces entrevisté a Yuri Herrera, a Verónica Gerber Bicecci y a Cristina Rivera Garza, que son los autores que están ahí involucrados. Entonces fue muy interesante para mí escribir ese ensayo, como así tratando también de hacer una autocrítica y de responderle a los críticos porque también pareciera que hay ese mito de que los autores no le deben responder a los críticos, y yo lo entiendo cuando tu respuesta es visceral o cuando es para manifestar el sentimiento de molestia con crítica negativa, pero a mí lo que me interesa es también decir que los críticos necesitan tener herramientas, o sea, yo no puedo pensar como escritor, no puedo aceptar fácilmente la crítica de un crítico que tenga menos herramientas que yo para hacer crítica”, apunta el autor.

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Parte del libro es eso: ¿Qué cosa es la crítica literaria , en este momento, desde mi enfoque?, ¿qué cosa es la crítica en cuanto a que es un género literario? Porque luego perdemos de vista eso: pareciera que la crítica literaria es un instrumento para regañar gente o como nada más para pasar el examen, en el caso del mundo académico, y a veces el mundo académico se encierra tanto y a mí me interesa dialogar con los escritores y dialogar con un lector que le guste leer crítica literaria, que no esté buscando nada más información, sino diálogo, discusión y complejidad. Para mí, este libro tiene que ver con ser parte de una sociedad que de pronto nos ha hecho creer que la complejidad es como maligna o autoritaria o fifí, y yo creo que no, que la complejidad es parte de la vida cotidiana, reflexiona el autor de Suerte de principiante (Gris Tormenta).

LA CRÍTICA Y QUIEN LA CRITICA

—Percibo, nunca lo dices en el libro, que para leer la crítica literaria es necesario tener cierto bagaje. También… y no quisiera decir que para qué no sirve porque considero yo que de mucho, pero, sí preguntarte, ¿hacia dónde miras que va la crítica?

—Sí te diría primero que es necesario creo yo un bagaje para la crítica como para otros oficios. Ahora, también creo que a mí me interesa que la crítica no sea innecesariamente complicada —explica—. Yo he tratado de utilizar un lenguaje directo, conversacional, utilizar recursos narrativos, que esa es otra cosa que creo que a veces nos falta en la crítica. (Porque) la crítica es también, de algún modo, una glosa y es una forma de narrar ideas, entonces, a mí me interesaba que el libro tuviera esta vena por momentos divertida, por momentos experimentar con distintos géneros –como el periodismo, por ejemplo–, sin renunciar a es bagaje pero sin responder a estándares académicos, porque siento que los estándares académicos vuelven a veces muy árido el proceso de la lectura de la crítica. Yo aspiro a una crítica que se pueda disfrutar y creo que sí es una lectura de nicho, pero también creo que en parte lo es porque hemos elegido un cierto lenguaje, y creo que en México en particular, se ha enfatizado mucho más l autoridad de la crítica que la apertura que puede generar la crítica a esa complejidad y esa variedad de discursos. A mí me interesa más ese lado de la crítica que de algún modo polemiza, pero también me interesa mucho la crítica como un territorio que no polariza: no todas las polémicas generan polarización, yo pienso mucho en las polémicas que nos permitan ver las zonas grises.

“Lo que creo que nos falta en el ámbito de la crítica, y en el ámbito de la lectura de la crítica es, justo, una cierta serenidad, de que tampoco es que estemos viajando hacia el paraíso.  En realidad estamos construyendo un rinconcito de la cultura luterana, este espacio puede ser relevante para leer, para convivir, pero no tenemos que destruir nada ni destruirnos entre nosotros. Para mí la crítica es de algún modo un espacio incómodamente amigable”, asevera el ensayista.

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Tras una enredada intervención de parte mía, en la que intentaba dejar claro que mi percepción es que la crítica literaria, en la praxis y en la lectura, te deja cierto sabor distinto y ganas de un ejercicio de lectura diverso, el también autor de Canción de tumba (2011) propuso una reflexión sobre el caso: 

“Creo que hay una cosa en el fondo, más allá de la cosa seria, profesional o intelectual… yo pienso que hay una cosa de temperamento, y hay una metáfora que he usado en otras ocasiones: yo digo que hay dos tipos de niños cuando les regalas un carrito en Navidad: hay un tipo de niño que le regalas un carrito de control remoto y juega con él, y juega mucho y luego en algún momento lo olvida, y hay otro tipo de niño que le regalas ese carrito y juega un rato con él y luego empieza a pensar cómo funciona el carrito y lo empieza a desarmar, esos niños maldosos. 

Yo soy un poco uno de esos niños maldosos que quieren desarmar el carrito, a ver cómo funciona, algunos hemos sido así. Y yo sí tengo la convicción de que hay muchos lectores así, que no solamente quieren jugar con el objeto que es el relato que tienen ahí, sino que están dispuestos a diseccionar esa parte, en gran medida, y eso también es una convicción que tengo, porque desarmar esos carritos, ver cómo está funcionando el interior de un relato, te da más habilidades para, creo yo, construir tus propios relatos y yo noto eso en mucha lectura impura, sobre todo en el contexto contemporáneo: muchos de los lectores que hay a nuestro alrededor, a veces de manera muy abierta y a veces de manera un poco secreta, aspiran a construir sus propios objetos narrativos. Yo pienso que esto es una vía para construirlos”.

AQUELLO QUE SE PARECE A LO QUE LLAMÁBAMOS LITERATURA

En aras de desdibujar o intentar descubrir algo nuevo, una vez más, sobre lo que es o no es la literatura, esta vez de la mano del un concepto de Saidiya Hartman, que a Julián Herbert le fue revelador, el autor esgrimió lo siguiente:

“Saidiya Hartman habla de cómo la investigación histórica y los estudios culturales de pronto no son suficientes, los documentos no te dan información suficiente para traer a la vida, digamos, los protagonistas de estas historias que están en los documentos y de lo que habla en este ensayo que se llama ‘Venus en dos actos’, introduce el concepto de fabulación crítica dentro del objeto de investigación como la posibilidad, de algún modo, inferir, incluir ahí como una visión de lo que piensas que podría haber pasado o de cómo lo interpretas desde el futuro. Y entonces pienso yo que de ahí viene un poco la ironía, que pienso que la academia que es a veces tan rígida, tardó muchos años en llegar a una conclusión a la que llegó Rodolfo Walsh en los años 50 en ‘Operación masacre’: que es que hay partes del mundo real o de la no ficción, a los que sólo puedes acceder desde las herramientas de la literatura.

“También es una manera para mí de cuestionar el autoritarismo, –porque vivimos en un autoritarismo fuerte de parte de los estudios culturales que han estado queriendo sojuzgar las habilidades cognitivas de la literatura–. Y yo no estoy en contra de los estudios culturales, lo que pienso, y de esto también va un poco el libro, es que esa visión de la literatura como algo puro, yo no creo en ellapero esta idea de lo post-autónomo como algo que es algo superior a la literatura también me parece que es una falacia. Yo creo que la literatura tiene su propio ámbito de influencia y los textos tienen un valor de uso, entonces: para mí tendría que haber un equilibrio entre la sociología de la literatura y la poética cognitiva, los estudios neurobiológicos de cómo construimos la realidad a través de la percepción y el lenguaje”, espeta el escritor.

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Como si lo anterior no hubiera sido una especie de luminaria entre los reductos adversos de la estulticia predominante, Julián Herbert advierte –en el mejor sentido de la palabra– reflexivo sobre otro de los “puntos clave” sobre los cuales está escrito su libro: “cómo las obras del presente dialogan con el pasado”:

“Yo leo en Brenda Navarro (Casas vacías, Ceniza en la boca) el diálogo con Inpes Arredondo; y en Ave Barrera veo muy claramente la presencia de Salvador Elizondo; y José Revueltas es como un hilo conductor que va debajo de mucha de la literatura que se está escribiendo en este momento. Yo creo que es como el elegido, padre o padrastro secreto de la narrativa mexicana contemporánea”.

Finalmente, como uno de los temas que también se asoma en Overol, resultó inevitable preguntar el sentir del autor acerca de la porosidad de los géneros literarios, esa necesidad de abandonar de una vez por todas la cerrazón, de aperturarse a la metamorfosis, a las fusiones:

— Acabo de leer Triste tigre, de Neige Sinno —me dice al respecto del tema—. Un libro espléndido. Y justo Neige decía, en una entrevista, que le hablan de su novela y decía ella: “esto no es una novela, es una ensayo personal”, y claro, pero yo puedo entender también por qué alguien hablaría de ese libro como una novela, porque yo creo que uno de sus grandes aciertos es cómo está construido el punto de vista de primera persona como disociada de sí misma. Hay una hipótesis de Alberto Vital —al respecto de la porosidad de los géneros, dice— a la que regreso una y otra vez, y estoy repitiéndome, porque es una frase, Alberto Vital dice: “los géneros son un puente entre la literatura y la sociedad”, y me parece que es una frase súper pertinente en esta época no sólo para describir las relaciones del arte con el mundo, sino también de la percepción del cuerpo, en este momento de amplia transición de los cuerpos humanos. Me parece que reimaginar nuestra idea de la cultura está atravesada por esa experiencia. Esa porosidad de los géneros habla también de una demanda de cómo estamos percibiendo la realidad, y cómo el lenguaje cruza los cuerpos, la experiencia de los social, el sentimiento de qué cosa es familia, o amor… Entonces, también creo que para quienes de antemano nos hemos desenvuelto en esa visión multigenérica es menos traumático; es decir: yo empecé así, haciendo canciones, cuentos, reportajes, novelas. Lo que para mí subyace siempre es el lenguaje de la poesía, y yo creo que el lenguaje de la poesía es el más radical y pienso que si uno tuviera que reducir todo lo que sucede en el proceso de la escritura a un sólo ámbito yo lo traería a esa quinta esencia porque es para mí lo poético.