Los nuevos datos del INEGI sobre pobreza multidimensional dibujan un panorama que, a primera vista, invita al optimismo. Entre 2022 y 2024, el porcentaje de la población en situación de pobreza pasó de 36.3% a 29.6%. En términos absolutos, 8.3 millones de personas dejaron de vivir en condiciones de pobreza y, si ampliamos el horizonte a seis años, la reducción acumulada equivale a que casi 10 millones de mexicanos mejoraron su condición socioeconómica. Un logro que contrasta con la década anterior, cuando el avance fue cuatro veces menor.

El motor principal de esta mejora no ha sido el gasto social, sino el ingreso laboral. El porcentaje de personas cuyos ingresos estaban por debajo de la línea de pobreza pasó de 49.9% en 2018 a 35.4% en 2024. Esto significa que 15.8millones de mexicanos lograron rebasar el umbral de ingresos gracias, en buena medida, a un incremento del salario mínimo que arrastró al alza el conjunto de remuneraciones.

Sin embargo, el avance no ha sido homogéneo. Tres datos revelan grietas preocupantes. Primero, la pobreza extrema se redujo de 7.1 % a 5.3 % de la población entre 2022 y 2024, equivalente a 1.8 millones de personas menos, pero todavía afecta a 7.0 millones de mexicanos. Se trata de un segmento que, al depender de actividades de subsistencia o estar fuera del mercado laboral formal, no se beneficia directamente de los incrementos salariales y cuya situación exige políticas más focalizadas y eficaces.

Segundo, el acceso a la salud muestra un deterioro importante: la proporción de personas con carencia por acceso a los servicios de salud pasó de 16.2 % en 2018 a 34.2 % en 2024, lo que equivale a 24.4 millones de personas adicionales sin cobertura. Un deterioro que no puede explicarse únicamente por cambios metodológicos: la pandemia golpeó fuerte, pero el rezago en infraestructura, la distribución irregular de medicamentos y un gasto público en salud que representa apenas la mitad de lo recomendado por estándares internacionales explican buena parte del problema.

Tercero, el rezago educativo mostró una mejora mínima: de 19.4 % en 2022 a 18.6 % en 2024, lo que equivale a 0.8 millones de personas menos en esta condición. Aunque el cambio es leve, su impacto intergeneracional sigue siendo profundo, pues limita el acceso a empleos de calidad y perpetúa el círculo de la pobreza. En ese sentido, el balance es mixto: la reducción de la pobreza total es real y significativa, impulsada por un mercado laboral más dinámico, pero la pobreza extrema y el acceso a la salud continúan como asignaturas pendientes, mientras que la educación avanza con lentitud.

Frente a tales circunstancias, la lección es clara: el combate a la pobreza no puede descansar exclusivamente en el aumento salarial. Se necesitan políticas que combinen empleo formal bien remunerado con acciones verdaderamente focalizadas, así como un fortalecimiento decidido de los servicios públicos esenciales. De lo contrario, la fotografía actual corre el riesgo de ser sólo un mero espejismo.

 

• Consultor y profesor universitario
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