El conflicto arancelario entre China y EU ha vuelto a escalar. Esta semana, Pekín anunció un incremento arancelario del 84% sobre productos estadounidenses, como respuesta a la decisión de Washington de imponer tarifas de hasta 104% –que aumentaron a 125%– a los bienes chinos. Sin embargo, reducir este episodio a una simple disputa comercial sería superficial; pues lo que presenciamos no es un mero choque coyuntural, sino la manifestación de una lógica histórica rica.

Digo lo anterior, toda vez que comprender a China exige mirar más allá del presente. Las guerras del opio, la intervención en Manchuria, los tratados desiguales o la fragmentación territorial del siglo XX dejaron profundas huellas en el inconsciente colectivo del país. Por lo que lejos de ser meras referencias retóricas, estas heridas han conformado una serie de memorias que, hasta hoy en día, moldean su modelo de desarrollo e incluso su estrategia global.

Sin duda, China jamás dejó de concebirse como el centro del mundo. Por ello, la cruzada arancelaria no es una respuesta impulsiva ni una táctica efímera. Es, en cambio, una expresión contemporánea de un trauma no resuelto. Tres principios explican esto. El primero: la convicción de que China no pertenece al mundo, sino que el mundo pertenece a China. Esta percepción de centralidad no es arrogancia, sino historia interiorizada.

Lo exterior —como escribió Alessandro Baricco— es por definición bárbaro. El segundo es la memoria del agravio: lo que se hace, se devuelve, no necesariamente con violencia, pero sí con paciencia estratégica. Es decir, China no olvida, sólo transforma lo sucedido en política de Estado. Y el tercero, el más inquietante: China no se repliega, se expande. No por invasión, sino por inversión, infraestructura, financiamiento o tecnología. Construye círculos de poder que redibujan el tablero global.

Pero ¿Estamos ante una nueva Guerra Fría? No exactamente. Lo que vemos es un cambio de paradigma, donde el quieto no viene de Occidente. Mientras Estados Unidos se replica tras los muros arancelarios, China construye un nuevo orden alternativo basado en inteligencia artificial, conectividad logística, energía renovable y expansión tecnológica.

Sin embargo, el modelo chino no es sólo económico. Es político y en ocasiones ideológico: un solo partido, una sola narrativa, una sola China. Desde la disputa por Taiwán hasta su influencia en organismos multilaterales, pasando por su músculo militar, Pekín no busca integrarse al orden occidental, sino sustituirlo.

Esto no significa que su hegemonía sea inevitable. China enfrenta desafíos internos profundos: desigualdad creciente, endeudamiento estructural, envejecimiento poblacional. Pero minimizar su lógica, trivializar su memoria o caricaturizar su liderazgo es un error estratégico. Pekín no improvisa: interpreta una guía que comenzó tiempo atrás y que hoy se ve reflejado en un arancel del 84%. A pesar de ello, es claro que la globalización no ha muerto, pero está mutando. No es el fin del libre comercio, sino su reconfiguración bajo nuevas coordenadas.

 

  • Consultor y profesor universitario
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