No son las cosas las que nos perturban,

                          sino nuestras opiniones sobre las cosas

                                                                  Epicteto

 

Reaccionar desmesuradamente ante una situación, circunstancia, conducta o dicho es algo que a todos nos sucede o ha sucedido alguna vez, y siempre nos hemos justificado, o al menos lo hemos intentado, de manera que parezca lógica la conducta, pero casi nunca confesamos la razón real: todavía nos duele el pasado. Resentimos la herida y dejamos de relacionarnos objetivamente con cualquier cosa que nos esté aconteciendo en esos momentos.

Esto pasa porque el ser humano habita mentalmente más en la imaginación que en la realidad. Las distingue de manera racional, pero no emocionalmente. Recordando o proyectando en el presente y hacia el futuro, la psique vive con la misma angustia lo que imagina que lo que objetivamente sucede. Filtra toda experiencia con sucio cedazo de la herida que no ha resignificado.

Un estudio clásico de Killingsworth y Gilbert reveló, en 2010, que casi la mitad de nuestros pensamientos durante el día está en algo diferente a lo que hacemos. En la mitad de nuestra vigilia cotidiana no estamos presentes y, por tanto, no nos percatamos de la acelerada actividad de nuestra mente, hasta que nos despertamos en la madrugada sin poderla parar.

Y como donde habita la mente habita el cuerpo, este actúa en consecuencia, poniéndose en tensión y disparando, desde su propia memoria celular, respuestas protectoras frente a estímulos que se parecen al peligro.

Otro factor de reactivación del dolor de las heridas es la expectativa frustrada. Cuando se tiene la necesidad emocional de una respuesta, circunstancia o acontecimiento determinados, y estos no ocurren o permanecen inciertos, cuestan más la autorregulación y el autodominio. Nos quedamos instalados en el miedo y el desaliento; comenzamos a atribuirle características desagradables a la vida o a nuestra suerte. En las relaciones, se acrecientan las sospechas y la desconfianza; se enfría el afecto y aumentan los malentendidos.

A lo anterior se suman dramáticas narrativas que se convierten en verdades personales sobre uno mismo y los demás. Por ejemplo, si el guion de la propia vida está matizado por la desconfianza, se espera la traición; si lo está por la descalificación, se traduce en sentimiento de insuficiencia. Vivimos a través de estos relatos y todos somos en ellos las víctimas dignas de admiración y compasión y los victimarios plenamente justificados. Cada uno es su propio mártir.

El drama parte de un binomio inconsciente: para herir a alguien hay que relacionarse con quien ya recibió antes la herida. Si es, por ejemplo, de abandono, cada palabra o conducta del otro que nos haga temerlo la reavivará y actuaremos de manera posesiva y celosa. Si no lo es, aquel o aquella que se vaya de nuestra vida no será el villano de la historia, porque ¿quién en su sano juicio querría seguir en una relación con alguien que no quiere estar?

Para tener relaciones sanas, cualquiera que sea el vínculo, es necesario conocer, nombrar, sentir y reinterpretar, para resignificar nuestras heridas. Describir todo lo que sentimos cuando las reavivamos y las rumiamos es fundamental. Mientras más emociones y sentimientos identifiquemos y denominemos, mayor será nuestra complejidad, más nuestra comprensión de nosotros mismos y más nuestro autodominio. Esto es el principio ineludible para entender los motivos de los demás, para tener claro que cuando nos hieren sin causa aparente, solo fuimos el vehículo de reactivación de su dolor, no los causantes.

En cualquier caso, no hay que diagnosticarnos o diagnosticar a otros a partir de las etiquetas que en una amplísima gama podemos encontrar en las redes sociales, porque solo sirven para justificar. Sin prejuicio, sin clasificación previa, reconozca lo que siente, ubíquelo en un punto determinado de su vida, en una relación, en un hecho, una palabra, y descubra el patrón creado. Es un comienzo en firme para cambiar su vida.

Tenga esto bien presente: las heridas emocionales no sanan, se transmutan.

 

    @F_DeLasFuentes

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