El duelo no te cambia, te revela

John Green

 

En el transcurso de nuestra existencia vamos elaborando, más inconsciente que conscientemente, historias personales para darle sentido a lo que somos y a la vida. Estas narraciones se componen de expectativas, recuerdos, aspiraciones y percepciones sobre nosotros mismos, nuestras relaciones con los demás y el mundo que nos rodea.

No son relatos estáticos. Sin variar esencialmente su trama, necesitan continuidad, así que los vamos adaptando a lo cambios en dos vías: los transformamos, ya sea en positivo o en negativo, según nuestra tendencia personal a ver el mundo; o los reforzamos, para lo cual siempre recurriremos al autoengaño, porque en este mundo todo tiende a transmutar.

Las crisis son siempre los escenarios del cambio, y en nuestras vidas están comúnmente representadas por historias fracturadas ante una pérdida, ya sea de un ser amado, un empleo, una oportunidad, un estatus, un estilo de vida, una rutina o incluso un bien material. El problema no es que la vida nos haya arrebatado algo, sino que interrumpe abruptamente la continuidad de la narrativa interior.

Ya se había usted hecho la idea de vivir con alguien hasta que la muerte los separara, pero no sucedió. Quizá tenía un estilo de vida en el cual no había alcanzado todos los logros que se había propuesto cuando cambió la jugada, o se quedó sin un empleo que le permitía algunas ilusiones de cosas buenas en su futuro, o se derrumbó un estatus en el que había depositado el sentido de su propia importancia.

Cualquiera de esas cosas, y otras que representen una pérdida para usted en términos de su relato sobre lo que deberían haber sido, requerirá un duelo, necesario para un cierre mental y emocional, a su vez imprescindible para acometer nuevas experiencias.

Para volver nuestra mirada a lo nuevo, que no está por venir, sino que ya está aquí, pero inadvertido, porque seguimos enfocados en lo que se va, tenemos que transcurrir por un periodo de inevitable dolor si queremos transitar y no quedarnos anclados al rechazo, no de lo sucedido, sino de la abrupta interrupción de nuestro relato, porque no es lo mismo que termine una relación o una persona se vaya, a que “fracase” en el amor o “sea abandonado”. Es clara la diferencia entre un hecho y su interpretación, y radica en la narrativa interior.

El dolor profundo emerge del desconcierto de ya no saber cómo continuar la historia. No se trata solo de un sentimiento, sino de un vacío real, que no concuerda con lo que “debería” estar pasando o, aún peor, que concuerda con lo que “no debería” estar pasando.

El relato debe ser reescrito, transformado, ajustado a una nueva realidad que no habíamos previsto. Este espacio, donde algo vivió pero ya no está, se convierte entonces en un terreno fértil, aunque doloroso, para la reorganización de nuestra identidad y nuestra vida. No le diré que el resto de ella, pues la pérdida no es la excepción, es la regla de la existencia. De ahí que lo importante sea el cambio estructural de la narrativa, pasar de la rigidez a la flexibilidad, con menos expectativas y más juego de posibilidades.

En términos psicológicos, el duelo puede entenderse como una forma de "narratoterapia": una reescritura paulatina de la historia personal en la que la pérdida ni se borra ni se niega, sino que se integra como un capítulo doloroso, pero también formativo.

Lejos de ser un proceso lineal o prescriptivo, el duelo es individual y no puede medirse en tiempos fijos. Cada persona transita este umbral de reconstrucción de manera distinta. Lo que no puede ni debe ser, porque entonces pierde su función y su sentido, es una fuente permanente de autoconmiseración.

Aceptar la pérdida no significa renunciar al recuerdo. Al contrario, implica dar un lugar en nuestra historia a lo que ya no está, sin quedar atrapados en el pasado.

 

    @F_DeLasFuentes

delasfuentesopina@gmail.com

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