Durante décadas, Estados Unidos fue sinónimo de innovación científica, pionero en investigaciones que definieron al siglo XX y moldearon al XXI. Hoy, esa imagen se desvanece ante una administración que ha convertido a la ciencia en blanco de la ideología de la Casa Blanca. El gobierno de Donald Trump ha emprendido una ofensiva sistemática contra la comunidad científica, desfinanciando proyectos, eliminando agencias y distorsionando los criterios que guían la investigación pública.
Aunque el 20 de enero, en su toma de posesión, Trump prometió que Estados Unidos “volvería a considerarse una nación en crecimiento”, lo cierto es que, en el terreno del conocimiento, su administración ha optado por el repliegue. La reciente renuncia de Sethuraman Panchanathan, director de la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), tras la eliminación de más de 400 proyectos y una propuesta para reducir a la mitad el presupuesto de la agencia, es apenas una muestra de esta tendencia.
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Instituciones emblemáticas como los Institutos Nacionales de Salud, la NASA, los CDC y el Servicio Meteorológico Nacional han sufrido recortes sustanciales. Decenas de miles de científicos han perdido su trabajo y con ellos, investigaciones clave en áreas como el cambio climático, el cáncer infantil o la prevención de pandemias.
RECHAZO DE TÉRMINOS
Pero el recorte presupuestal es sólo una cara del problema. Lo más preocupante es la redefinición del concepto de ciencia. El gobierno ha eliminado proyectos que incluyan términos como “género”, “diversidad” o “cambio climático”, promoviendo una narrativa en la que la evidencia debe alinearse con la ideología. Se ha censurado el financiamiento de investigaciones sobre desinformación y se ha permitido el resurgimiento de teorías desacreditadas, como el supuesto vínculo entre vacunas y autismo.
A esto se suma un intento por minar la credibilidad de publicaciones académicas, al acusarlas de parcialidad política, y la eliminación de bases de datos públicas sobre calidad del aire o geología marina, lo cual impide que ciertosproblemas sean siquiera visibilizados.
FUGA DE CEREBROS
Este clima de hostilidad ha provocado un éxodo científico sin precedentes. Tan sólo en el primer trimestre del año, las solicitudes para puestos en el extranjero aumentaron 32%. Francia, Canadá y otros países ofrecen condiciones para que investigadores norteamericanos continúen su labor lejos de un entorno cada vez más restrictivo.
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La ideología detrás de este ataque tiene nombre: Proyecto 2025. Esta hoja de ruta de la derecha trumpista acusa a los científicos de formar parte de una “élite iluminada” y propone sustituir agencias reguladoras por “ciencia ciudadana”, como si el método científico fuera una cuestión de opinión.
El resultado es un escenario que recuerda a las estrategias de la industria tabacalera o petrolera en el siglo pasado: sembrar duda donde hay consenso, y neutralizar cualquier dato que exija acción política. La diferencia es que hoy ese guion no lo dicta una empresa privada, sino la Casa Blanca.
PRIMEROS INDICIOS DE RESPUESTA
Ante este panorama, sectores de la comunidad científica comienzan a responder. Desde universidades como Columbia hasta asociaciones médicas, se organizan para defender la investigación como bien público. No se trata de una cruzada ideológica, sino de preservar las condiciones mínimas para que el conocimiento avance: libertad, colaboración y visión a largo plazo.

Editor de la sección Mundo en el diario 24 HORAS. Egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, con experiencia en redacción, traducción y proyectos editoriales en medios de comunicación.