Donald Trump intensificó su discurso militarista al prometer “resucitar el espíritu guerrero” de las fuerzas armadas de Estados Unidos y exhortar a sus generales a “vigilar el enemigo interior”.
En un encuentro sin precedentes en la base de Quantico, Virginia, el republicano reunió a más de 800 altos mandos para delinear lo que calificó como una nueva etapa en la defensa nacional, marcada por la militarización de espacios civiles y el endurecimiento de los estándares internos.
La cita la organizó Pete Hegseth, actual secretario de Guerra —término que sustituyó al de Defensa—, quien presentó un plan para acabar con “décadas de decadencia” dentro del ejército. Con un lenguaje áspero, prometió eliminar lo que llamó “basura ideológica” de años anteriores, incluidos programas de inclusión y entrenamientos en torno al cambio climático.
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Trump va por nueva etapa en la defensa nacional
La nueva doctrina recupera valores “de antaño”: recortes drásticos en la cúpula de generales, fin de barbas y cabellos largos, pruebas físicas más exigentes y ascensos basados únicamente en mérito.
El propio magnate tomó la palabra con un tono aún más combativo. Señaló que ciudades gobernadas por demócratas, como Nueva York, Chicago o Los Ángeles, se pondrán “en orden una por una” mediante el despliegue de la Guardia Nacional, la cual ya opera en urbes como Portland y Washington. Incluso sugirió que esas metrópolis “peligrosas” podrían convertirse en “campos de entrenamiento” para las tropas.
El anuncio se enmarca en una estrategia de proyección de fuerza que también incluye operaciones fuera del territorio estadounidense, como bombardeos contra instalaciones iraníes y ataques a presuntas lanchas de narcotraficantes en el Caribe. Desde su regreso a la Casa Blanca, el mandatario destituyó a varios altos mandos, entre ellos el jefe del Estado Mayor Charles Brown, y ordenó reducir en 20 por ciento el número de generales de cuatro estrellas.
El ambiente en Quantico fue de silencio y rigidez: los oficiales recibieron instrucciones de no aplaudir salvo en momentos específicos, lo que reflejó la tensión entre la cadena de mando y un presidente que ha convertido a las fuerzas armadas en escenario de su retórica política.
Mientras legisladores demócratas calificaron la reunión como “un costoso y peligroso abandono de liderazgo”, el inquilino de la Casa Blanca reiteró su meta de transformar al ejército en “algo más fuerte, más recio, más rápido” y, sobre todo, dispuesto a librar lo que definió como una “guerra desde adentro”.