Laura Flores cosecha maíz a la manera de sus ancestros prehispánicos y abastece los molinos manuales que sobreviven en la Ciudad de México. Dos antiguos métodos que dan pelea a la inflación, pero insuficientes para contener el precio de la tortilla.
“Este es cacahuazintle“, dice la mujer de 39 años en San Miguel Xicalco, Tlalpan, al deshojar una mazorca en su milpa.
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Su milpa y los molinos de nixtamal contrastan con los sembradíos a gran escala que surten a la industria de la harina, negocio que dominan dos empresas.
Ese sector se ha visto impactado por el aumento de los precios internacionales de los granos, del transporte y la logística, así como por las sequías y la guerra en Ucrania.
El precio promedio de la tortilla en establecimientos durante septiembre creció 17.5% anual, de acuerdo con el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas.
En pocos días, los maíces nativos de Laura llegarán a los consumidores del mercado local y a los molinos de nixtamal, sitios donde el maíz se cuece con una solución alcalina para retirarle la cáscara y formar una masa que los molineros venden a las tortillerías. Pero su alcance es limitado y muchos productores de tortilla dependen de las empresas Maseca y Minsa.
Blanca Mejía, productora de tortillas y presidenta de la Red de Maíz, dice que las grandes empresas pueden hacer contratos con los productores por unas 15 mil toneladas diarias, frente a las cinco o siete semanales que demanda la molienda tradicional. Competir con precios es prácticamente imposible.
Mientras los molineros lidian con esa desventaja, los agricultores de San Miguel Xicalco enfrentan otra amenaza: la construcción de proyectos de vivienda, combinada con la baja rentabilidad de los cultivos, ha obligado a vender los huertos.
Con información de AFP
LEG