La oposición en México se encuentra disminuida, inoperante, ausente; completamente castigada. Si algo se le puede conceder a López Obrador, es el don de inhabilitar críticos, debilitar contrapesos y crear una narrativa fantástica en donde él, encarnación del pueblo [sic], es el protagonista transformador y, los actores antagónicos, obstáculos que deben ser neutralizados.

Más allá del exitoso relato, es justo decir que ese peculiar personaje llegó al poder a causa de una élite política —y económica— que se hizo del monopolio del poder —y del dinero— a costa de la sociedad. El abandono y la ausencia de una legítima representatividad de la población, el fracaso de una política económica (extractiva), la corrupción y el predominio de los intereses de grupos de poder a expensas de las mayorías, que prepararon el caldo de cultivo para el escenario que estamos viviendo.

Hoy no hay en los partidos políticos liderazgos frescos, carismáticos y con legitimidad que convenzan al electorado y que sean un verdadero contrapeso al gobierno. Por el contrario, lo que vemos son individuos de muy mala reputación, cuyas principales motivaciones son exprimir las —cada vez menores— prerrogativas que a sus institutos políticos les corresponden; mantener sus privilegios, así como conservar el fuero constitucional.

Tal como Donald Trump tiene acorralada a la Presidenta y al movimiento obradorista, Sheinbaum y su grupo tienen inmovilizada a la oposición. Así como ella ha tenido que ceder —y colaborar—para mitigar el daño que se nos impone desde el norte —y obtener ciertos beneficios—, lo mismo podrían hacer sus opositores. El camino para fortalecerse no es con alaridos que repiten la misma estrofa, es mediante el toma y daca con el poder, en particular con Claudia Sheinbaum, que no la tiene fácil, ni con Estados Unidos ni con las corrientes internas que se van gestando en Morena, por lo que no le vendría mal lograr apoyos de grupos externos al partido oficialista. Ceder, conciliar y acompañar en algunos temas para demostrar que hay interés en que al país —y a su jefa de Estado— les vaya bien, desactivando la narrativa de polarización que tanto sirve al oficialismo.

Los comunicados de apoyo a la Presidenta de parte de los gobernadores, ante las embestidas de Trump, son un buen ejemplo. Hacer frente común; abrir una puerta al diálogo y, mientras tanto, agruparse, deshacerse de sus rancios líderes, acercarse a la gente y dar entrada a esos liderazgos tan necesarios para recuperar relevancia política. Generar su propia narrativa que proponga soluciones concretas para solventar tantas carencias que aquejan a la población.

Cualquier sistema político necesita de una oposición fuerte para propiciar los equilibrios de poder que una democracia estable y próspera requiere. Si la nuestra se empecina en seguir por el mismo camino que solo le ha traído derrotas y humillación, terminará como Sísifo, el mitológico personaje a quien su destino lleva a empujar cuesta arriba una gran piedra (nuestra democracia) que, poco antes de llegar a la cima de la montaña, rueda hasta abajo, haciendo que la extenuante e inútil labor deba comenzar una y otra vez… per secula seculorum.

 

     @isilop

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